sábado, 20 de febrero de 2021

Infeliz

    Mientras Laura se lava los dientes, Daniel se jura a sí mismo que no será infiel ni esa noche ni ninguna; que por mucho que desee a Laura, no hará nada con ella, ni esa noche ni ninguna. Espera sentado en una butaca de la habitación del hotel mirando a su alrededor el tremendo desorden que hay. Todo está desperdigado de manera caótica. Hay ropa sucia por todas partes. Bragas, sujetadores, de todo. Sin embargo, por algún motivo, el olor en la habitación es dulce y embriagador. Hay varios botes de cremas encima de la mesa donde está la tele, y Daniel sospecha que ese olor viene de ahí. Laura vuelve del baño vestida con una camiseta vieja y larga que hace las veces de camisón. Se tumba en la cama y suspira. Se encuentra mejor, tiene mejor cara que antes, cuando vomitó en el bar. 

- ¿Te encuentras mejor?

- Sí.

- Me alegro.

- Te he jodido la noche.

- Me la has salvado.

- ¿Te importa quedarte aquí hasta que me duerma? A veces cuando voy borracha me agobio en la cama si estoy sola.

Daniel ve de lejos la estrategia, pero él es más fuerte, seguro. 

- Claro que no.

Daniel se tumba al lado de Laura y apaga la luz. Durante un rato se quedan en silencio. Laura mira a Daniel y se arrima a su lado.

- ¿No me vas a besar nunca, verdad?

- No.

- ¿Es porque he vomitado?

Se ríen.

- Claro que no.

- Pero te gustaría besarme.

- Sí.

- A mí también. Y como sé que es imposible, me gustaría más.

Otro silencio. Daniel mira el cuadrado de la tele, que es un cuadrado negro dentro de la propia negritud estilosa y sofisticada de la habitación. Negro sobre negro. 

- ¿Te puedo pedir una cosa muy rara? - pregunta Laura.

- ¿El qué?

- Que nos desnudemos.

- ¿Ahora?

- Sí. No quiero que hagamos nada. Pero me gustaría pensar que tenemos esa confianza. Estar desnuda contigo. No sé si tiene mucho sentido. Pero quiero hacerlo.

- Bueno, no me importaría hacerlo si es solo eso.

- Es solo eso. ¿Lo hacemos?

- Vale.

Daniel tarda un poco más que Laura en quitarse la ropa, pero en pocos segundos los dos están tumbados sin ninguna prenda sobre su piel. Se miran.

- ¿Te gusta mi cuerpo?

- Muchísimo.

    Daniel mira disimuladamente los pechos de Laura aprovechando que ella se está fijando en su miembro, que está duro. Daniel mira el rostro de Laura y se da cuenta que está nerviosa, respirando fuerte. No está del todo depilada, y eso le gusta. La curva desde su pubis hasta sus costillas es perfecta. Su ombligo es ovalado y una luz desde la calle provoca una sombra perfecta en su interior. Su piel es del color de la miel.

- La tienes dura.

- Sí.

- Yo también estoy excitada.

Laura se lleva la mano entre sus piernas y moja sus dedos con su flujo vaginal. Después lleva la mano al rostro de Daniel y toca sus labios. Daniel saborea y huele durante un rato su mano izquierda. ¿Está pasando algo? Daniel cree que no. Chupar dedos, nada más. 

- ¿Te importa que me toque? - pregunta Laura.

- No – responde Daniel.

- ¿Pero te importa que deje mi mano en tu boca mientras lo hago?

- No.

Laura empieza masturbarse con su mano derecha mientras introduce el dedo índice de su mano izquierda en la boca de Daniel, que chupa tímidamente, tratando de no tener ningún protagonismo en el acto onanista de Laura. Un reguero de saliva se escapa de su boca y acaba en su cuello. Laura parece muy excitada y su mano se mueve cada vez con más velocidad. Su mirada está anclada en el miembro de Daniel, que cada vez parece más grande y más duro. Laura vendería a su madre por poder tocarlo, pero el hecho de no poder hacerlo la excita todavía más. Daniel siente los dedos de Laura cada vez más dentro de su boca, al borde de provocarle una nausea dulce. Agarran su mandíbula inferior. Daniel muerde suavemente y el dedo gordo de Laura hace pinza entre la barbilla de Daniel y el resto de dedos que tiene dentro de su boca. Laura abre las piernas todo lo que puede y hace un poco de trampas, porque su rodilla cae sin permiso sobre el pene de Daniel, que recibe la caricia inesperada con alegría. Daniel puede sentir un fuerte olor muy agradable venir de la entrepierna de Laura, que ahora se ofrece al mundo con total generosidad y arrojo. Daniel mira la mano de Laura entrar y salir de su vagina con muchísima agilidad, como él nunca supo hacérselo a otra mujer. Cuando está a punto de correrse, Laura saca la mano de la boca de Daniel, empapada en su saliva, y la huele y la chupa, manchándose todo su rostro con ella. Gritando, como Daniel hacía tiempo que no oía gritar a una mujer, Laura tiene un inmenso orgasmo que la deja temblando, rota, y con apenas aliento. Su rodilla acaricia suavemente el miembro de Daniel hasta el punto que incomoda al chico, que la aparta. 

Resignada a la respuesta inerte de Daniel, Laura se queda como un peso muerto sobre las sábanas, abandonada a unos temblores que poco a poco desaparecen. Su cuerpo se gira entonces y le da la espalda a Daniel, que observa bajo sus nalgas húmedas un pequeño charco sobre las sábanas. 

Durante años, casi hasta el día de su muerte, Daniel se masturbará recordando esa imagen. Y nunca se perdonará no haber probado entre las piernas de Laura una parte de ese líquido que probablemente, le hubiera dado algo más de sentido a su existencia.  

Fue fiel, a su manera; infeliz, a su manera. 

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