jueves, 18 de septiembre de 2008

TÓPICOS DE LA CONVIVENCIA

Es una noche normal. No ocurre nada. Hay un bol con restos de ensalada encima de la mesa. María Antonia lo mira. Quiere recogerlo pero está cansada. Quiere levantarse de la mesa y quitarlo de ahí porque sabe que ya no debería estar ahí, pero está tremendamente cansada. Su marido no le quita ojo a la televisión. El ambiente está cargado de tópicos. Una mujer casada con un marido normal. Una mujer feliz. Un partido de fútbol. Un machismo consentido a medias que establece que quien tiene que recoger el bol y los platos con los restos de ensalada es María Antonia. Ambos lo saben. Lleva ocurriendo así mucho tiempo. El marido de María Antonia trabaja duro, y aunque María Antonia también, un código consentido por los dos viene a decir que el marido de María Antonia trabaja más duro. El bol no se mueve de la mesa. Si el bol se moviera de la mesa, no ocurriría nada de lo que va a ocurrir. El marido de María Antonia sabe que su mujer está tardando demasiado en quitar los platos, y quiere apoyar los pies encima de la mesa. Está incómodo porque quiere culminar su postura. Quiere acabar con la agonía de tener que tener los pies apoyados en el suelo. Es por eso que le dice a María Antonia, por qué no quitas los platos de la mesa, y María Antonia, casi sin pensarlo y rompiendo fulminantemente no sé cuantas normas inviolables, le responde, por qué no lo quitas tú. Y entonces el marido de María Antonia se cabrea, empuja la mesa con los pies, se levanta, apila todos los platos incluyendo el bol y se lo lleva todo a la cocina murmurando alguna queja. Y María Antonia teme lo que éste repentino cambio de la rutina pueda provocar. El marido de María Antonia vuelve al sofá y se sienta a ver la tele. Pone los pies encima de la mesa y además trae en sus manos una caja de bombones que alguien del trabajo le ha regalado a María Antonia. La abre sin más y empieza a comer los bombones compulsivamente.

¿Qué haces?

Comer.

Pero esos son míos.

No sabía que en esta casa las cosas tuvieran dueño.

Pero esos bombones, comerlos así.

El marido de María Antonia tiene la boca llena de chocolate.

¿Qué pasa?

Me das asco.

¿Te doy asco? Si te doy asco, por qué no te largas de aquí.

¿Quieres que me largue de aquí?

Y el marido dice, a la mierda. Ya somos adultos. Puedo hacer lo que quiera. Y María Antonia se levanta y se marcha a su dormitorio y pega un portazo y enciende la radio cuando se tumba en la cama. Lo que dicen en la radio le parece aún más repugnante que lo que tiene que vivir a estas alturas de su vida y decide darle una segunda oportunidad a la humanidad y volver al salón esperando que su marido haya dejado la caja de bombones. Cuando llega al salón descubre que no sólo no la ha dejado, sino que se la ha comido casi entera, y tiene la camisa manchada de chocolate y un montón de envoltorios desperdigados por el pantalón y el sofá.

Eres un cerdo. Son mis bombones. En todo caso se los iba a dar a tu hijo.

Ya le damos bastante a mi hijo. María Antonia se acerca a quitarle la caja pero su marido la agarra con fuerza. Su marido se la quita fácilmente de las manos y la amenaza con un gesto del brazo sacando además la lengua. Quita, hostias. María Antonia retrocede tres pasos y decide optar por una táctica menos habitual. Quedarse de pie en medio del salón mirando a su marido, a ver si este reacciona y empieza a sentirse mal por lo que está haciendo. El marido la mira y empieza a sentirse mal. Deja de comer. Cierra la caja. No sabe qué hacer pero está furioso. Es entonces cuando coge la caja de metal y se la lanza a María Antonia a la cara. La caja le rompe un cristal de sus gafas incrustando pequeños trozos de cristal en su retina. María Antonia cae llorando al suelo con sangre en la cara. El marido se lanza sobre ella arrepentido por lo que acaba de hacer. Los dos lloran. El marido quiere ver la herida porque es médico. ¿Qué ha pasado? Después de treinta años de matrimonio ¿Por qué ha ocurrido? ¿Alguien sabe por qué? Mi marido me ha tirado una caja de bombones.

lunes, 1 de septiembre de 2008

EL HOMBRE DEL AGUA

A lo mejor algunos os habéis cruzado con él. Es uno de esos tipos que van de casa en casa llamando como locos al timbre y gritando ¡El agua! Es uno de esos hombres que si no les abres te deja una tarjeta en la puerta, en la que tienes que anotar los números del contador del agua y luego mandarlos por correo o a través de Internet. Te jode mucho cuando esto pasa, pero también te jode que llame como loco a tu puerta y tenga una prisa tremenda en entrar en las casas de todo el mundo. Y grita, como si fuera un enfermo poseído ¡El agua! Él es uno de estos tipos. A lo mejor alguno le conoce. Se mete en las cocinas de la gente e inspecciona las tuberías. Te sientes un poco intimidado si encuentra tu cocina llena de mierda, pero él está acostumbrado a todo. A todo.

Es un día normal y el hombre del agua visita los pisos de un edificio de algún barrio de la periferia. Va con prisa, como siempre. Hay una abuela que no llega a abrir porque está cagando y que cuando por fin llega y abre la puerta se encuentra con la tarjetita. Tiene prisa. El hombre del agua no puede perder el tiempo. El hombre del agua te odia, es verdad. Es un día normal y cuando termina con el último edificio va a la furgoneta y arranca. Antes de pisar el acelerador mira el reloj y calcula. Se marcha y no vemos la furgoneta. Después de diez minutos callejeando por el barrio llega a otro edificio y aparca enfrente. Se baja del coche, coge una carpeta y el aparato donde apunta el agua y camina hasta el portal. Llama al 3ºC y le abren sin preguntar. Suponemos que es el presidente de la comunidad que le espera. El hombre del agua se mete en el ascensor y sube al tercero. Llama al timbre del C como un poseso y grita ¡El agua! Al cabo de un rato una chica muy atractiva abre la puerta. Va vestida con un albornoz. Vengo a ver el contador. La chica sonríe y asiente. Le deja pasar. El hombre del agua entra en la cocina y se mete debajo del fregadero. Apunta los numeritos y se levanta. La chica se pone en su camino hacia la puerta impidiéndole el paso y el hombre del agua se siente un poco nervioso. ¿Quiere un café? ¿Agua? El hombre del agua dice que quiere un vaso de agua si es tan amable y la chica le dice que espere sentado. La chica coge dos vasos y va a la nevera para sacar una botella de agua. Se sienta en la mesa enfrente del hombre del agua y llena los vasos. Beben. En un principio no se hablan. El hombre del agua bebe agua despacio, sin quitar ojo a la chica. Y se pregunta si está desnuda debajo del albornoz. De pronto la chica se incorpora de la silla para coger un cenicero de un estante y el albornoz se desabrocha maliciosamente con el movimiento, descubriendo los pechos de ella. El hombre del agua siente que no puede más, descubre su virilidad y se abalanza sobre la joven chica, obligándola a quitarse por completo la prenda. La chica grita asustada, intenta forcejear y golpea con fuerza al hombre del agua, que parece que hoy es más fuerte que nunca. La chica llora, le pide que por favor pare, pero el hombre del agua no atienda a razones. Siguen forcejeando, y en los forcejeos, el hombre del agua le toca los pechos y trata de meterle un dedo por el culo. La chica no quiere y de momento aguanta el primer ataque. Con una maniobra inteligente consigue golpear en el estómago al hombre del agua y salir corriendo. La chica corre por el pasillo, pero a la altura del baño, el hombre del agua la agarra de una pierna y la chica cae de bruces al suelo. La golpea varias veces en la cara hasta que la chica, resignada, y llorando como nunca antes han visto llorar a nadie, se resigna y mira ensimismada al techo. El hombre del agua juega con su dedo y se baja los pantalones. La chica llora y le mira pretendiendo que él sienta lástima por ella y la deje marchar. Él sonríe, y dice, yo no soy así. El hombre del agua empieza a violar a la chica que en un momento dado se arrepiente de haberse resignado e intenta meterle un dedo en el ojo. El hombre del agua es más hábil y en seguida la coge del pelo y la golpea contra la pared. El gotelé se queda manchado de sangre. Pero es la sangre de la nariz, del golpe de antes. En menos de un minuto el hombre del agua eyacula, y se tumba al lado de la chica, que aprovecha para inspeccionarse la nariz con la mano. No es nada. El hombre del agua la mira y toca sus cabellos. Están tumbados sobre el parqué. Ella está desnuda. Él tiene los pantalones azules del uniforme bajados hasta las rodillas. Ella le mira y sonríe.
- ¿Lo he hecho bien?
- Los has hecho perfecto. Como nunca.
El hombre del agua se sube los pantalones y coge su cartera. De ella extrae ocho billetes verdes de cien y se los da. Las chica los dobla y los deja guardados dentro de su puño derecho.
- Me voy.
El hombre del agua se levanta y se dirige hacia la puerta. La chica le observa.
- ¿Crees que valgo para esto?
El hombre del agua se gira y la mira.
- ¿Para qué?
- Para ser actriz.
- No lo sé. Tendría que verte desde fuera. Desde dentro eres la mujer de mi vida. Y eso supongo que es más de lo que podría darme cualquier actriz.
La chica sonríe. El hombre del agua también.
- Creo que en el fondo eres muy sensible.
- Sí. Yo también lo creo.
El hombre del agua se va y la chica se limpia la sangre de la nariz con un poco de papel higiénico húmedo.