lunes, 7 de julio de 2008

POR FIN UNA HISTORIA: FALSA ALARMA

Hoy por fin es Navidad. Supongo que hay ideas mejores que otras. Hay ideas que no valen demasiado. Y hay veces que te pones a escribir y no sale nada. La mayoría de las veces ni si quiera merece la pena ponerse a escribir. Esperas a que alguien vuelva a casa, y te cansas de leer. Empiezas a considerar tus proyectos como un imposible, y tu futuro de aquí a una semana es demasiado incierto para tener amigos. No me importa no tener amigos, por eso me bajo a la calle y me siento en un banco y hago la cosa más pedante y superficial que puede hacer el ser humano creador: pensar en el mundo. Mirar a la gente, buscar qué piensan, y razonar. Filosofar, poetizar, meditar. Todo eso es muy triste porque en realidad el escritor es un ser visceral. Si yo no soy visceral, si yo necesito poetizar o filosofar, entonces no debería contar historias. Pero es que cuando estaba en la calle me ha pasado algo increíble. Estaba en el banco filosofando, muerto de frío por la medio nieve que estaba cayendo, cuando de repente un tipo sale de un portal de esos cutres de un edificio cutre de esos que hay en Moratalaz. El tipo está sudando, tiene la cara llena de carbón, y se acerca a mí absolutamente angustiado.

- Necesito ayuda, por favor. Suba a mi casa.

El tipo se vuelve a meter corriendo en el portal, y yo le sigo olvidando un par de conceptos a los que tal vez había llegado y de los que pretendía sacar algo en claro. Le sigo por las escaleras (el edificio no tiene ascensor) hasta el quinto piso, y cuando entro en su casa está todo lleno de humo. Grito, pregunto si hay alguien. El tipo me empuja, me mete de lleno en la cocina y cierra la puerta. Su cara desencajada y mi terror incalculable. Creo que va a matarme, pero no. Se apoya en una de las encimeras y se pone a pensar, a respirar, a recobrar la calma.

- Mi hijo se acaba de prender fuego en el salón.
- ¿Su hijo?

Me mira, lloriqueando. Me da la sensación de que acaba de darse cuenta de lo que eso significa.

- ¿Por qué no llama a los bomberos?
- Mi hijo ha llamado a los bomberos cuatro veces esta semana, y les ha hecho venir para nada, porque eran siempre… falsas alarmas… y hemos pagado las multas, pero he llamado y dicen que ya no quieren venir. Tampoco la policía, ni una ambulancia.
- ¿Y dónde está el fuego?
- En el salón.
- ¿Pero hay mucho fuego?
- Bueno. Todavía no ha salido del salón.
- Vamos, déme un cubo de agua.
- ¿Un cubo de agua?
- Sí. Vamos a apagarlo.

Y el tipo me da un cubo viejo y yo lo lleno de agua. Voy al salón y empiezo a empaparlo todo. El tipo se queda en la cocina en estado de shock y yo en cuestión de cinco viajes con el cubo de agua consigo controlar el fuego que tampoco estaba tan desatado. Hay mucho humo y casi no vemos nada. El tipo viene al salón y nos sentamos en el pasillo a esperar a que el humo se vaya. Yo me quiero ir. Le digo que ya está controlado. Que si me puedo ir.

- No. Quédese, por favor.

Me siento otra vez delante del tipo, en el pasillo. Llaman a la puerta. Serán los vecinos alertados por el humo. Pero yo prefiero no contestar y el tipo tampoco.

- El hijo de puta lo tenía todo planeado. Lo de llamar tantas veces al 112 y eso. Es muy listo ¿sabe?

No respondo.

El humo se va poco a poco. Ninguno de los dos queremos mirar al salón y nos miramos a los ojos. Pasa alrededor de media hora y me pregunto si vamos a estar allí toda la noche o alguno por fin va a tener los cojones de mirar al salón. El tipo es un hombre de unos cuarenta y muchos. Se nota que ha trabajado, pero creo que es inmaduro. Su mandíbula sigue desencajada. Yo soy joven pero creo que sé más que él. Me va a tocar a mí primero. Miro. Su hijo ya no es blanco, ahora es negro como un trozo de bacon que ha pasado demasiado tiempo en la sartén.

- Creo que su hijo está muerto.

El hombre se arma de valor y mira al salón. Durante varios segundos su cara se llena de una expresión brutal de horror y desesperación. Después mete la cabeza entre las rodillas y se pone a llorar. Pasan varios minutos, y de repente, incomprensiblemente, el hombre empieza a descojonarse. Yo me preocupo.

- ¿Se encuentra bien?

El hombre levanta la cabeza de las rodillas y me mira sonriendo como Jack Nicholson en Batman. Las lágrimas se mezclan con el hollín en su rostro y yo me siento como si se fuera a lanzar a mi garganta y me fuera a morder y arrancar la tráquea con los dientes.

- ¿Qué pasa? ¿Se encuentra bien?
- ¿Sabe qué?
- Qué.
- Me parece que me he portado mal este año.
- ¿Por qué?
- Porque esta Navidad, los Reyes me han traído carbón.

Y el tipo rompe en una tremenda carcajada que casi me deja sordo y yo me levanto y salgo corriendo de la casa y le dejo descojonándose.