sábado, 5 de noviembre de 2011

Sobre mi visita a la fábrica de ladrillos


Sobre las personas que nos juntamos. Nos queremos. Yo estaba en un lugar extraño. Una fábrica de ladrillos. Y delante un pequeño estanque. Las gaviotas pasában volando por encima de mi cabeza y yo tenía miedo de que me cagaran encima. Un chico que cruzaba el puente se tocaba la cabeza. La víctima no era yo. Y hoy en Madrid leía a Sándor Márai en la línea uno. Las parejas nos juntamos para distinguirnos. Dos seres humanos que se juntan para buscar el detalle, lo que nos separa de la existencia común de todos los seres humanos, que somos asquerosamente iguales. Y me he acordado de ese momento. Yo esperaba a que ella saliera de clase. Y eran sólo dos horas. Dos horas para buscar el detalle. Si ese detalle me abandona, lo buscaré en otra persona, pero tardaré mucho tiempo. Tiempo infinito para buscar el detalle. El detalle que nos distingue de otros seres humanos que son iguales que nosotros. Somos una pareja para encontrar la diferencia. El odio, la resignación, el amor. La búsqueda de una diferencia. Hoy mientras leía en el metro pensaba en estas cosas. En lo que significaba dos, y no uno. En lo que he sido siendo uno, en lo que busco siendo dos. El detalle. Esa mínima experiencia, ese momento único. Que puede ser un gorro con plumas, un gorro verde con orejas de tela. Un encontronazo al borde del monumento, un abrazo inusitado, un momento de ilustración personal. Pero es un destalle. Lo que nos distingue. Lo que nos hace únicos. No nosotros mismos, la pareja. Y siempre que he compartido una lucha contra la pareja, he sido menos yo mismo. Y ahora soy yo mismo más que nunca, aunque necesite ayuda para superarlo. Para superar que ese detalle supera la normalidad del estereotipo que llevo construyendo para huir del detalle. Yo entiendo ese detalle, quiero ese detalle. Quiero formar parte del cimiento de ese detalle.