miércoles, 29 de octubre de 2014

Follaron como locos




Voy a contar un cuento para principiantes.

El chico encontró a la chica sentada en la mesa de una cocina. Era una cocina con ventana al exterior. Miraba de reojo hacia ninguna parte, compartía consigo misma una ilusión que podía desvanecerse en cualquier momento. Querido amigo, imagínate una mesa llena de harina. No me voy a conformar con esta historia.

Dentro de la complejidad de una historia para principiantes nos encontramos con la variedad del buen gusto. El chico encontró a la chica sentada en la mesa de una cocina y se acercó a ella. Cualquier otro gesto hubiera sido más adecuado. Los primeros besos se pierden en un lugar que es inexacto, y luego es imposible recuperarlos. Pero tú te acuerdas de que es mejor tratarlos con valentía. Venga, ¿por qué no?

El chico encontró a la chica sentada en la mesa de una cocina y se acercó a ella, podía ver y sentir entre sus manos los montones de harina, y parte de lo que más tarde hubieran sido croquetas, pegado a su culo y a sus bragas. Qué difícil es escribir cuando quieres que las palabras tengan un peso muy liviano. Las manos arrastraban esa harina por una mesa de madera mientras el chico penetraba lentamente a la chica, que miraba de espaldas a él una puerta de un mueble. Detrás de esa puerta se escondía un cuaderno con hojas arrancadas y notas y apuntes de una historia para principiantes. Huele a que alguien es feliz.

Me imagino que hay alguien que no sabe todavía lo que es una historia para principiantes. Bueno, yo sí lo sé. Una historia para principiantes es un cuento, un relato, una novela o una película que aún no tiene final.

Antes de entrar a mear me he cruzado con el tipo que nos había pedido dinero en la terraza y al que le habíamos dicho que no. Le digo que no porque no tengo suelto y luego me acerco a pagar y el camarero me da las vueltas y me pone un montón de monedas en la bandeja. Así es la vida. Y entonces me he cruzado con él, y el tipo me ha mirado, aunque no ha dicho nada, pero me ha mirado. No te voy a dar un duro, he pensado. No sé por qué. A lo mejor es porque me intimidas. Y con ese pensamiento he entrado en el baño y me he puesto a mear. Me he imaginado que justo en ese momento el hombre entraba y me apuñalaba en un ataque de ira contra una sociedad que probablemente le esté dejando sin oxígeno. Esas cosas tiene que poder pasar. Y como tienen que poder pasar así me lo he imaginado. Y así me he imaginado que nuestro momento se convertía en una verdadera tragedia que no se puede colocar en ningún lugar. Éso es una historia para veteranos. Las que tienen un final donde las personas llegan a cerrar a otras personas. Hubiera sido difícil de colocar, pero hubiera sido más fácil de colocar que una historia para principiantes. Las historias para principiantes son las que te mantienen despierto, pensando.  Y aquí estoy.


El chico encontró a la chica sentada en la mesa de una cocina y se acercó a ella, podía ver y sentir entre sus manos los montones de harina, y parte de lo que más tarde hubieran sido croquetas, pegado a su culo y a sus bragas. Con sus manos arrancó su ropa interior y con las babas que caían de su lengua convirtió parte de la harina que quedaba en el borde la mesa en un montón heterogéneo de grumos. Follaron como locos.

jueves, 16 de octubre de 2014

Raquel buscaba un hombre sincero.



Raquel buscaba un hombre sincero. Yo le voy a poner nombre de mujer española. Empezamos mal Raquel. Empezamos con una mentira.

Siente que las palabras caducan en los sobres, por eso las pongo en una pantalla, por eso y porque en el día a día cada vez soy más torpe con mis manos, escribiendo, con mi mala letra, y tocándote, con mi falta de práctica. Pero me guarda un lugar en el universo equivocado de la inmadurez, donde a veces es correcto refugiarse y buscar excusas. La historia de Raquel es muy sencilla. Te prometo que no miento más. Raquel y no más.

Con diez  y ocho años hizo el amor por primera vez con un tipo que luego se acostó con su hermana y ella se lo perdonó. Todo esto me lo contó mientras yo esperaba a que me contara más cosas. Deseando que no se fuera de un colchón que estaba a punto de compartir con otra mujer. Lo siento Raquel, no debería prometer nada. Pero mirándolo de otra forma, es el inicio de un relato corto. El dolor puede y debe durar poco. En el fondo de un corazón con complejo de autoría, te diré: esa mujer podía haber muerto para mí, con su belleza y su noble parecer ante la vida. Pero a menudo compartimos los colchones con quien podemos, no con quien queremos. A veces son cuerpos muertos que dormitan como elefantes enfermos. Su peso nos inclina hacia el insomnio, es imposible que sean nuestros compañeros. Pero por la noche ahí están, ofreciéndonos lo que tienen, que a veces es una torpe sensación de lujuria. Somos actores de nuestros actos de autocomplacencia, pero se nos da bien. No, a ti no, no sabes mentir. No eres como yo.

Raquel me contó que su hermana llegó borracha a las doce y media de la noche. No era España, recuerdo, hay que imaginarse otro país. Su hermana llegó borracha y Raquel no sabía de dónde. Había venido a pasar unos días a su casa y de repente, a las nueve, ya no estaba. La típica hermana que es más mayor, que viene a pasar unos días de vez en cuando al núcleo familiar y cuenta cosas de lo que ocurre fuera, dibujando la vida exterior y valiente que una adolescente todavía no sabe que no quiere vivir. Pero esa vez la hermana viene a la casa, pasa un par de horas y se marcha. Bueno, Raquel piensa que volverá pronto, que vendrá y hablará con ella, y hablará de otros hombres. Pero vuelve borracha, como he dicho, y lo primero que hace es sentarse en su cama y cerrar los ojos. Raquel entra en su habitación y se sienta a su lado. La mira. Venga, piensa Raquel, abre la boca, habla, habla por favor, hermana, mi hermana, cuéntame cosas. Y la hermana abre la boca, poco a poco, y de pronto emite un sonido, un sonido débil, como una música, como una música que llevara un tiempo sonando en su cabeza, como recordando un lugar donde probablemente sonaba.

He besado su cuerpo, sus axilas, y su boca, sus manos y sus pies. Nos hemos divertido porque pensaba que yo no era capaz de sentarme en su barriga y masturbarme con su ombligo. Pero lo he hecho, y hemos descubierto que a diez centímetros de su pene la vida puede ser más divertida si la penetración se convierte en un juego de penetración imposible. Y ahí estaba yo, encima de su oso, que abría la boca, sus fauces, en el centro de su ombligo, y yo abierta sobre ellas, babeando el tatuaje. Babeando el tatuaje del oso, pensó Raquel. Intentó descifrar. Tatuaje de oso, tatuaje de un oso que abre la boca y es el ombligo. Mi hermana había estado sentada encima de ese ombligo, y yo que pensaba, me dijo, y yo que pensaba que solo podía mirarlo. Que no había para ese oso otra función que la decorativa. Pero mi hermana sintió las fauces de ese oso en sus entrañas.


Adiviné lo que quería decir Raquel a la primera de cambio. La historia del oso y todo eso. Tú buscas un hombre sincero y yo busco una mujer como tú, que sea capaz de decir las cosas aunque les cueste una mentira, una historia inventada. Tu oso es una mano que busca otra forma de tocarte mientras el cielo se cubre de humo gris y materia pornográfica inservible y poco práctica. Que sí, que yo me alimento de ella, pero no es para estar aquí. Probablemente lo que haga falta sea que no te vayas tú de ese colchón, que la echemos a ella y nos sentemos desnudos frente a una verdad que puede ser curiosa. La verdad del aprendizaje. Yo me siento sobre tu rostro, o tú sobre el mío, a diez centímetros de tu sexo, o a veinte centímetros de la penetración imposible. En un lugar donde haya una pausa técnica, una concentración de incapacidad, un aprendizaje infinito, un orgasmo elástico e indisoluble. Que se vaya del colchón Raquel, que se vaya y te cambio de nombre.