viernes, 26 de junio de 2015

Monstruo binario





Todo borrado. Cuarenta y ocho páginas de amor, de sexo, de lamentos... Veintiséis mil cuatrocientas palabras que hubieran removido tus intestinos, que hubieran hecho que te arrastraras cariñosamente hacia mí con ganas de revivir todo lo que un día habíamos vivido. Todo borrado. No era un cuento, no era una novela. Era un escrito íntimo, un regalo, un esfuerzo por recuperarlo todo, una poesía sin versos, un macabro diario para ti y para mí, que somos viejos verdes y compramos porno en DVD por internet y luego lo vemos juntos. Para estimularnos. Para follar. Porque aunque ahora follamos poco, por lo menos podemos decir que un día follamos mucho.

Todo empieza con una limpieza de los archivos que tengo el escritorio del ordenador. Esto me vale, esto no... Y de pronto veo el texto. El texto maldito, esa obra en la que llevo trabajando cuarenta días y a la que he llamado irónicamente, para quitarle hierro, “Historia de nuestros polvos”. Lo voy a borrar, pienso. Lo voy a borrar antes de que Elena lo encuentre. Es lo mejor. Si lo lee antes de que esté preparado, antes de que esté corregido y encuadernado, puede que pierda toda la magia, puede que toda la intensidad de mis palabras se pierda como se pierde el semen en los desagües de las duchas de los gimnasios, sin mucha épica. Lo veo y me acuerdo que tengo una copia en un pen drive y mi mente estúpida y vieja funciona de la peor manera. “Lo borro” me digo a mí mismo, “y luego hago otra copia del pendrive”. Y así lo hago. Y es que lo peor es que lo borro yo. Lo mato yo. Lo desaparezco yo. Evidentemente, no estaba en el pendrive. Hacía unos días que un amigo me había pasado unas películas. “Tienes el pendrive lleno” me dijo “Bórralo” le contesté, “si total tengo copia de todo en el ordenador”. Y así era, hasta ahora. Eso me pasa por robar cine.

Bueno vale, está borrado. Lo puedo volver a escribir. Pero qué coño. Qué coño lo voy a volver a escribir. Eso no se lo cree nadie. Es imposible recuperarlo. Todo escrito por impulsos, y después de cada relato me masturbaba, y después de masturbarme seguía escribiendo y las conclusiones, con esa falta de energía impresa que deja el auto orgasmo, estaban impregnadas de una serenidad y una nostalgia que eran perfectas. Jamás volveré a recuperar eso. Cualquier intento sería una pose, una interpretación, una mentira. Dios mío, qué he hecho.

Maldita informática, maldito monstruo binario, devuélveme el sexo escrito, devuélveme las palabras que hubieran reavivado mi amor.

Devuélveme las metáforas que escribí sobre la primera noche que Elena y yo cenamos juntos, y mientras cocinaba espaguetis a la carbonara, de pronto ella se agachó y se metió debajo de mi delantal. Devuélveme aquella bella figura retórica que utilicé para contar cómo después di la vuelta a su cuerpo, y obligándola a recostarse sobre mi fría encimera de falso mármol, metí mi cabeza entre sus piernas mientras ella apoyaba la frente sobre el cristal empañado de la ventana. Devuélveme los mil y un adjetivos que encontré para describir aquella mañana en Burgos, cuando fui a visitarla en verano de 2015 a su campamento arqueológico y me llené el culo de polvo mientras follábamos en un bosque. Me acuerdo que apoyé la mano en una zarza mientras ella tenía un orgasmo que fue eterno, un orgasmo celestial que yo no hubiera interrumpido aunque me hubiera comido el brazo un oso salvaje. Devuelve aquella poesía que en la página cuarenta y siete, en pleno relato de aquel sexo bruto primaveral menorquí, me había decidido a incluir a pesar de mis carencias en el terreno de la lírica. Pero decían algo así los cinco primeros versos, que eran los peores.

Aullido de un temor femenino,
en mi boca salva el orgullo,
de tener mi puño dentro,
mientras muerde mi cuello
y sangro.


Los recuerdo porque los escribí después de aquel café que fue maldito, casi ofensivo, enfrente de los Cines Princesa.  

miércoles, 17 de junio de 2015

La noche que no ocurrió, hoy víctima de mi imaginación



El cansancio hace que sea difícil imaginar. El trabajo lleva a las sociedades a un letargo de presente inerte. Un mensaje desde de tu ciudad y me pongo a pensar. Me pongo a pensar qué debería hacer aquí, o si debería estar aquí. Pero aquí estamos para el porno, y para el porno estamos. 

Hay tres tipos de imaginación. La que construye mundos paralelos en el presente, la que imagina un futuro incierto, y la que recrea un pasado que pudo ocurrir y no lo hizo. Permíteme que hoy me recree en esta última. Y permíteme que sea explícito, ya que cualquier esbozo de poesía es inútil en la construcción de este tipo de imaginación, pues suele ser el que más se nos pega a la piel y el más fácil de explicar. El cansancio no da para más. 

Sobre las seis de la mañana estábamos solos y subimos a cantar una canción. Si mezclo anécdotas me vas a perdonar. Ni era el mejor garito, ni la mejor noche, ni tú tenías las mejores intenciones. Pero para eso estoy yo ahora, para arreglarlo. ¿Cómo puedo hacer para ser romántico y sexual a la vez? Esta noche el reto es perder, esta noche soy la puta que se mira en el espejo y dice te quiero. 

Los besos anteceden a una pausa que ocurre en una parada de autobús. Yo te acompaño, y parece evidente que me voy a marchar por un lado y tú te vas a marchar por el otro. Me pides que me quede hasta que llegue tu autobús. No parece que tengamos muy claro lo de querer follar, aunque no tiene mucho sentido, porque llevo una hora besándote y no quiero dejar de hacerlo. Sin embargo hay una magia puritana que no queremos que se rompa. Mis manos tienen miedo sobre tus piernas, las tuyas se meten en mi pelo. Es evidente que te gusta que tenga el pelo largo. Lo de follar puede ser catastrófico y nos separamos. Tú por un lado, yo por el otro. Hasta ahí la verdad. No hubo nada catastrófico. Todo lo contrario. Todo lo que no ocurrió esa noche ocurrirá ahora en mis manos, que escriben y hacen vete tú a saber qué más. 

Sobre las cinco y media de la mañana entré en tu apartamento. No volví a buscar tu boca porque tenía los labios cansados. La lengua dispuesta y los labios cansados. Sobre un suelo lleno de polvo que no esperaba recibirnos nos encontramos semidesnudos, y pasó lo único que podía pasar. Torpeza. Entre las risas y las piernas y los brazos encontré tu desnudo vacío de pretensiones. Lo único que quería era encender la luz y mirarte desnuda, despacio, pero no estabas por la labor. Nos besamos en el suelo y tu sonrisa dibujaba una capacidad inoperante muy hermosa. Creo que entendí de qué iba la cosa. Te propuse un desnudo conjunto, que es fuera ropa y un abrazo largo. Tus piernas se cruzan con las mías y mis brazos, y mis genitales se pegan a los tuyos hasta que sentimos que hay una confianza, una sensación de falsa unión carnal que podría parapetarse en la ilusión de esa magia puritana y desconfiada. Es o podría ser el sexo de la amistad. De dos cuerpos desnudos abrazados y un beso lento, que se cuela entre los labios compartiendo saliva de una manera obscena y adolescente, y manos que buscan entre los resquicios de la piel un hueco en ese abrazo. Eres una mujer alta, como yo soy un hombre alto, y el abrazo se funde en una masa humana que se lubrica en sus extremos. Mis manos recorren tu cuerpo, las yemas de los dedos hundidas sobre una piel que empiezo ahora a reconocer. Los dos estamos tumbados, de lado, pero los dos encima el uno del otro. Es imposible entenderlo, pero más imposible aún entender cómo llego a entrar dentro de ti. Estamos follando gracias a una humedad que nadie ha pedido. ¿De dónde sale? No lo sé. Ni sexo oral, ni nada. Solo un abrazo. Cuatro piernas cruzadas, y un abrazo. Es difícil de entender, pero por eso es hermoso. Poco a poco el aliento a cerveza desaparece, porque dos bocas unidas anulan el aliento de cualquier persona. Tu melena se acuesta en el parqué y se llena de polvo mientras follamos. Ya no estamos abrazados. Ahora estás encima, clavando las rodillas en el suelo duro. Una herida se empieza a fraguar en tus piernas con el roce del parqué. Mañana besaré esa herida cuando volvamos a follar y tenga tus pies en mi cara, tus piernas en mis hombros, y en mi boca el olor de una mujer que este fin de semana no quiere dejar de follar. 


No sé si es un gran polvo, pero solo tengo una necesidad que es imbatible, y es la de quedarme dentro, casi sin moverme.