Vamos hombre, no me jodas.
A ver, en serio. Te lo digo totalmente en serio. Piénsalo.
Lo pienso.
Piénsalo bien. Imagínatelo. Aquí en Salamanca, por ejemplo, una mujer de cincuenta años se levanta inesperadamente por la noche y se sienta en su cocina a fumarse un cigarro y a tomarse un café. Su marido está roncando como un hijo de puta y no puede dormir. Su hijo está en casa de su novia y la casa está en silencio. Desde la cocina no se oyen los ronquidos. La luz de la cocina es como azul, y en el patio interior respiran cientos de vecinos que duermen inconscientes. A lo mejor hay alguno despierto pero no es probable. Habrá alguno que esté medio inconsciente viendo la televisión, otro tumbado en la cama mirando al techo, pero no es lo mismo, eso no es estar despierto.
Y qué pasa.
Pues imagínate a esa mujer, tan absolutamente sola. Sola de verdad. No puede hablar con nadie, no tiene forma de comunicarse con nada. Ni si quiera puede encender la tele o la radio para no despertar a su marido. Está sola frente a sí misma. Una mujer que no suele pensar en estas cosas, pero que extrañamente se ha levantado de pronto y ha sentido la necesidad de ir a la cocina y preparase un café.
Que sí, ¿y qué?
Vale, ahora vuela lejos de allí… imagínate ahora… por ejemplo, otra mujer de cincuenta años, ítaloamericana, que está también sola en su casa de Tucson, Arizona, porque su marido está bebiendo cerveza con sus amigos en un bar. Sus hijos hace tiempo que se marcharon de casa, y no puede encender la televisión porque está estropeada. Podría llamar a alguna de sus amigas pero la mayoría están con sus familias y no cree que sea conveniente molestarla. Es católica, la familia es lo más importante, ¿entiendes?
Sí.
Y entonces, sumida en la oscuridad temprana del invierno, apaga las luces de casa para no gastar, y se va a la cocina a tomarse un café. Pon que son las ocho de la tarde, seis horas antes que en España. ¿Puedes imaginarte los dos gestos? Las dos mujeres entrando en la cocina, abriendo los armarios, y preparando el café a la vez.
Un poco surrealista.
Sí, pero espera. Dime otra ciudad.
Nueva York.
No hombre, otra que no esté en Estados Unidos.
París.
Vale. Pues imagínate a un policía corrupto mejicano que lleva toda la tarde bebiendo solitario en su pequeño apartamento de un barrio marginal. Le molesta mucho la conciencia. Abandonó a su mujer y a sus hijos y no sabe muy bien hacia dónde direccionar[1] su vida. Entonces, hacia las dos de la mañana también, completamente sudado, borracho y sumido en la oscuridad profunda de la noche…
Se levanta y se va a tomar un café a la cocina.
Sí. ¿Puedes dividir la pantalla de tu mente en tres partes?
Más o menos.
Pues imagínate a los tres en sus respectivas situaciones. Imagínate los gestos, todos hechos a la vez, fruto de la casualidad más absoluta e increíble que puedas imaginar.
¿Y qué?
Y ahora céntrate en un plano del café. Imagínate que la casualidad se vuelve tan extrema, que los tres mueven la cuchara al mismo tiempo, como si llevaran entrenando toda la vida para hacerlo igual. Imagínate que cuando lo hacen sienten algo raro, como si alguien les estuviera mirando, como si estuvieran con alguien, como si alguien entendiera que están soñando con una vida mejor, o no mejor pero quizá sencillamente distinta. Una vida diferente. Tres puntos en tres lugares alejados de la tierra que forman un triángulo, un triángulo místico que pone tres realidades paralelas en el mismo flujo temporal. ¿Y cuál es el colmo de todo esto? Las tazas, de cada uno, son souvenirs provenientes de distintos lugares de la tierra. La mujer de Salamanca, tiene una que le trajo su hermano de cuando fue a dar una conferencia a Tucson; el mejicano de París tiene una de Salamanca porque su primo, el único que servía para estudiar de la familia, pasó unos meses de Erasmus en la universidad, y la italoamericana de Tucson, tiene una taza de París que le trajo la multimillonaria para cual trabaja concinando.
¿Qué coño dices cariño?
Son los tres elegidos para comprender el mundo. La casualidad les ha regalado el entendimiento del mundo. ¿Lo comprendes? El entendimiento de la cotidianeidad universal. De que todos somos los mismos en todo momento, y repetimos la realidad y nuestros sueños como máquinas. Somos una especie universal. Una especie impersonal. Una especie que sólo conoce la originalidad como concepto artístico pero no vital. Una humanidad encerrada en sí misma. Y todo, mezclado, unido, y rebuscadamente cosido con la idea de que las identidades culturales se han podrido con el turismo. Podría pasar algo así. ¿No es fascinante?
Sí, cariño. Es fascinante.
[1] *direccionar es un palabra que no existe en castellano. No obstante, me gusta, y la dejo.