domingo, 30 de enero de 2011

Lo que él quiere hacer y ella quiere que le hagan

Ella camina por la calle hablando por teléfono y él está en una habitación oscura.

- Venga cuéntamelo, tonto.

- ¿El qué?

- El qué va a ser.

- Que no que me da vergüenza.

- Desde cuando te da vergüenza a ti hablar de esas cosas.

- No te lo puedes imaginar.

- ¿Qué hacía yo?

- Mis padres estaban en el salón y les oíamos hablar. Mi padre tenía una ópera puesta y tú no querías hacer nada. Nadie sabía que tú estabas allí.

- ¿Y cómo había entrado?

- Antes, supongo. Antes de que ellos llegaran. Nadie podía saber que tú estabas allí. Tú no te podías concentrar. Querías que planeáramos tu huida. Yo no quería que te fueras. Yo quería follar contigo.

- ¿Yo no quería follar?

- Tú sí querías follar lo que…

- Ah ya decía yo…

- Lo que pasa es que te daba miedo que nos encontraran allí. Y te daba mal rollo también. Además no hacías más que intentar convencerme de que no era el mejor momento. Por ejemplo, yo que sé, mi madre gritaba a través de la puerta que si ya había terminado con el ordenador y yo le decía que sí y tú te ponías de los nervios.

- Normal.

- Bueno, el caso es que hay un punto de inflexión en el que yo me desnudo y tú te sientes muy atraída por mi cuerpo…

- Por tu cuerpo de mierda…

- Por mi cuerpo de mierda y nos empezamos a besar y yo te desnudo y te meto los dedos dentro pero entonces me doy cuenta de que no he cerrado el pestillo de la puerta y me levanto para hacerlo y ese gesto a ti te desanima un montón porque te saca de la excitación momentánea y te devuelve a la realidad.

- Bajonazo.

- Exacto. Pero a mí se me ocurre una idea. Te propongo sacar mi cámara y grabarnos mientras follamos.

- Qué cabrón.

- Y a ti eso te flipa, te pone muy cachonda y hace que te olvides de lo que pase fuera de la habitación. Total que me levanto de la cama completamente desnudo y me pongo a buscar la cámara pero no la encuentro. O sea, al final la encuentro pero me cuesta bastante, y cuando la encuentro y la enciendo a la batería le queda muy poquita carga y recuerdo que he perdido el cable de conexión a la red. Pero no importa porque tengo otra batería y confío en que esa tenga más, y cuando la pongo efectivamente tiene más, un poco más, lo justo para grabar un polvo.

- Y le das a grabar.

- Si pero antes coloco la cámara en la estantería y busco un buen plano, y mientras lo hago me vuelvo loco porque me doy cuenta de que tú ya te has empezado a masturbar.

- ¿Y qué?

- Es la posición lo que me descoloca. Estás tumbada en la cama, has elevado el culo y tienes las piernas cayendo sobre tus hombros. Una postura un tanto acrobática.

- ¿Y me estoy masturbando así?

- Exactamente así.

- ¿Y tú qué haces?

- Me apresuro por encontrar el plano y me lanzo a la cama. Tú quieres volver a una posición normal pero yo no te dejo. Aprovecho tu postura para meterte la lengua entre las piernas y a ti te encanta.

- Nunca me lo has hecho así.

- No. Por eso. Éso es lo que te iba a proponer.

sábado, 29 de enero de 2011

El contexto que caduca

Mi vecina de enfrente tenía una perrita famélica y siempre que la sacaba a pasear yo la miraba por la mirilla. A mi vecina, se entiende. Cuando se metía en el ascensor yo salía por la puerta y corría escaleras abajo para encontrármela en el portal. Y le decía hola y ella me decía hola y después salía a la calle a pasear a su perrita famélica. Ésa es la mayor locura que he hecho en mi vida. Correr escaleras abajo tres pisos para llegar antes que el ascensor a la planta cero. Durante toda mi vida he creído en el romanticismo de una manera práctica excepto con mi vecina de enfrente.

Una vez me puse a escribir aforismos para una chica de la que creía que me estaba enamorando. Quería escribir veinte aforismos para ella y un relato sobre Lucía y Jorge, que en realidad éramos ella y yo pero al final la cosa no salió porque ella me cortó el grifo, o por lo menos lo dejó goteando. El relato final está escrito. Está por ahí. A mí me gusta. Empezaba diciendo cosas que Lucía y Jorge decían que eran pero que en realidad no eran. Era un buen relato, pero era solo para ella. Para otros no era un buen relato. En cuanto a los aforismos, llegué a duras penas hasta el número diecisiete. Me pasó algo muy curioso. Según iba escribiéndolos mi relación con esta chica se iba apagando y la calidad de los textos iba siendo cada vez peor. Pronto me di cuenta de que ya no estaba escribiendo para ella sino para mí, que ya la daba por perdida, y que en vez de obsesionarme por escribir lo que estaba sintiendo me obsesionaba porque el resultado al menos fuera coherente, que de él pudiera sacar al menos una pequeña obrita. Gran fracaso. Yo no soy escritor. Los aforismos del diez al diecisiete son un claro ejemplo de cómo se murió el propósito y cómo, consecuentemente, se murió la obra. Una obra, por cierto, con un propósito muy humilde. Que lo leyera una persona y nada más que una persona. Esa persona ya no está en casi ningún lado. Se asoma por la ventana de coches negros, saca su cabeza y saluda. Es una persona. Hola persona. Estaba pensando yo en reciclar los aforismos y colgarlos aquí. Me ha hecho falta releerlos para entender que no tienen ningún sentido fuera de su contexto. Pero entonces, ¿qué hago con ellos? No han tenido ni si quiera la suerte de poder vivir su propio contexto, estaban pensados para un contexto que pensé que llegaría pero que al final no llegó. Es una putada. La próxima vez tendré mucho más cuidado. Buscaré un propósito perenne e indestructible, como el que me empuja hacia otros muchos sitios.

Y hoy también he tenido cuidado de no ser escatológico.