Hola mi amor. Aquí en Madrid bien. Las calles están llenas
de basura, pero prefiero que sea así, evidente. No me importa. Ahora mismo
estoy en casa. En casa no hay basura. En casa hay ganas de poco. Quiero
confesarte una cosa. La última vez que hablamos no me fue muy bien. La verdad
es que te mentí, no me corrí. Me refiero a la última vez que hablamos por
teléfono. No, no me corrí. Fingí. Ni si quiera me estaba masturbando. No estaba
haciendo nada. Estaba con el teléfono en la oreja. Dejé que tú hablaras. Dejé
que tú imaginaras. Pensé en subirme a la bici estática para que mi respiración
fuera más real. Me emborraché de oxígeno, porque respiraba fuerte como a posta,
sin sentido. Miraba un cuadro que tengo que colgado en la pared, sí, el de mi
abuelo, el de las calles de Salamanca al atardecer, ese dorado que no pega con
nada. El que querías quitar cuando compramos el poster de La hija de Ryan. No
funcionaba, pero es de mi abuelo. Mi abuelo murió en mi cama, tú y yo le vimos
morir cuando éramos críos. Ayer mientras hablaba por teléfono yo pensaba en
todo esto. Tú te masturbabas y era evidente porque sólo tu mano puede hacer ese
ruido sacudiendo tu polla, yo ya lo sé. Pero yo no. Yo ni si quiera me mojé las
bragas. Las tenía puestas. Hice un amago y abrí las piernas, pero una de ellas,
concretamente mi rodilla izquierda, se apoyó en un cojín del sofá y se encontró
cómoda. Y no necesitaba mucho más. No necesitaba más, de verdad. Me encontraba
bien, no me sentía incómoda. Sólo quiero decirte que puedes masturbarte cuando
quieras, que yo te apoyo, si quieres encendemos la webcam y me abro de piernas
para que me veas el coño. No me importa. Si quieres me toco, si quieres hago
como si me corro, lo tengo controlado. Puedo ser como una puta para ti. Lo
tengo más que asumido. Pero tú eres bueno, creo que eres sincero. Incluso las
cosas que no me cuentas, como que te follas a otras, bueno, eres sincero porque
no dices que no las haces. Puedo intuir en tus comentarios que hay parte de
verdad. Como cuando dices que estuviste en Shwresbury un fin de semana con una
amiga. Claro, yo lo sé. No te pregunto. Podemos seguir así, no hay problema. Yo
me siento un poco mal porque el otro día, después de no masturbarme al
teléfono, me preguntaste si yo follaba con otro, y yo te dije que no. Ahí sí te
mentí. Claro que follo con otro. Follo con otro desde hace un tiempo. No es un
tipo que me importe mucho. Solo un poco. Me consuela porque me desea
brutalmente. Hacemos cosas juntos que me hasta a mí me sorprenden. Yo me dejo
un poco llevar, ¿por qué no? Bueno, no es que me guste demasiado pero me da
caña. Necesito que alguien me de caña. El otro día me comió el coño mientras yo
me ponía a cuatro patas, y metía la nariz en mi culo. Tú nunca me has pedido
eso. No, nunca me lo has pedido. No es que me fascine, pero me divierte. Durará
poco porque de todo una se cansa. Claro, yo también me puedo cansar de que me
coman el culo. Todo va por épocas. Piénsatelo. Piensa en mi culo, y piensa si
te apetece fantasear con él, o que te lo ponga en primer plano en la web cam. A
lo mejor podemos hacer algo. En cualquier caso, que lo sepas. Que estoy aquí.
Que yo agradezco que seamos sinceros. Pero que también agradezco que si a
partir de ahora te apetece preguntar, también entiendas que a mí me puede
apetecer responder. Somos dos. Cada vez más distantes, distantes por la
distancia, que no por el tiempo. Pero ya no me quejo, hoy por la distancia,
mañana por el tiempo, pero distantes. Es una forma de entender la realidad, y
yo estoy dispuesta a aceptarla. Solo a cambio de una cosa.
jueves, 14 de noviembre de 2013
lunes, 21 de octubre de 2013
Hay una señorita
Hay una señorita que me pide que vuelva a escribir. Bajo mi
pantalla de Word, un ventana abierta con un montón de vídeos porno. Porno
gratis. Porno barato. Cuesta encontrar algo decente, y casi siempre es
frustrante. Se acaba el video y la pantalla se vuelve negra. Se convierte en un
espejo. Maldita imagen de mi mismo. Nunca encontrarás ese video perfecto. Ese
video que no termina nunca, que no te enlaza a otro video. Que se basta consigo
mismo.
No, bueno, voy a empezar. Hay una señorita que me pide que
vuelva a escribir. Pero no la voy a escribir a ella, porque yo soy mucho más
inteligente. Me pregunto dónde se han quedado las palabras que encontraba
antes. Me pregunto si las imágenes han matado a mis palabras. No soy un príncipe
que camina curioso alrededor de una plaza, y termina descubriendo una ballena
disecada en un gran trailer de feria. No espero la revolución, sólo espero
sobrevivir a la mediocridad. Ella me pide que escriba, yo le pido que folle conmigo,
aunque no sea exactamente eso lo que necesite de ella. Tampoco sé muy bien lo
que necesito de ella. Ya me ha procurado suficientes fantasías. Ya he gastado
ese sueño, ahora no sé lo que necesito de ella.
Antes que la vista pediría formatear el olfato. He
fantaseado con olerla a ella. Me gustaría saber a qué huele una habitación con ella.
Me acuerdo de mis esclavos, que chupaban el suelo buscando un rastro de sexo.
Yo chupo mi recuerdo buscando un rastro de olor, de olor a ella. No me gustaría
engañar a nadie. Comparto mi levedad como un instrumento de persuasión. No era
poeta por ambición, era su forma de estar solo. Nunca se había enamorado,
siempre había sido camarero. No sé donde están mis noches, no sé cuáles son mis
historias, están contagiadas de imágenes. Pero bueno, todavía puedo escribir
pensando en ella. Por qué no. No es un delito, ni si quiera una falta. Sólo un
pequeño salto hacia atrás. Conviene recordar de dónde venimos, aunque me lo
pida ella. No sería capaz de satisfacerla ni en sueños, pero sí puedo acariciar
con mis palabras sus ojos, como si fueran mi lengua entre sus piernas. Cerraré probablemente
esta ventana y encontraré otra con más información. Más mujeres, no más reales,
pero sí ahí, para mí, ahora. Perdona que no sea brillante. Lo sería con más tiempo,
menos palabras, y más lenguas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)