jueves, 18 de septiembre de 2008

TÓPICOS DE LA CONVIVENCIA

Es una noche normal. No ocurre nada. Hay un bol con restos de ensalada encima de la mesa. María Antonia lo mira. Quiere recogerlo pero está cansada. Quiere levantarse de la mesa y quitarlo de ahí porque sabe que ya no debería estar ahí, pero está tremendamente cansada. Su marido no le quita ojo a la televisión. El ambiente está cargado de tópicos. Una mujer casada con un marido normal. Una mujer feliz. Un partido de fútbol. Un machismo consentido a medias que establece que quien tiene que recoger el bol y los platos con los restos de ensalada es María Antonia. Ambos lo saben. Lleva ocurriendo así mucho tiempo. El marido de María Antonia trabaja duro, y aunque María Antonia también, un código consentido por los dos viene a decir que el marido de María Antonia trabaja más duro. El bol no se mueve de la mesa. Si el bol se moviera de la mesa, no ocurriría nada de lo que va a ocurrir. El marido de María Antonia sabe que su mujer está tardando demasiado en quitar los platos, y quiere apoyar los pies encima de la mesa. Está incómodo porque quiere culminar su postura. Quiere acabar con la agonía de tener que tener los pies apoyados en el suelo. Es por eso que le dice a María Antonia, por qué no quitas los platos de la mesa, y María Antonia, casi sin pensarlo y rompiendo fulminantemente no sé cuantas normas inviolables, le responde, por qué no lo quitas tú. Y entonces el marido de María Antonia se cabrea, empuja la mesa con los pies, se levanta, apila todos los platos incluyendo el bol y se lo lleva todo a la cocina murmurando alguna queja. Y María Antonia teme lo que éste repentino cambio de la rutina pueda provocar. El marido de María Antonia vuelve al sofá y se sienta a ver la tele. Pone los pies encima de la mesa y además trae en sus manos una caja de bombones que alguien del trabajo le ha regalado a María Antonia. La abre sin más y empieza a comer los bombones compulsivamente.

¿Qué haces?

Comer.

Pero esos son míos.

No sabía que en esta casa las cosas tuvieran dueño.

Pero esos bombones, comerlos así.

El marido de María Antonia tiene la boca llena de chocolate.

¿Qué pasa?

Me das asco.

¿Te doy asco? Si te doy asco, por qué no te largas de aquí.

¿Quieres que me largue de aquí?

Y el marido dice, a la mierda. Ya somos adultos. Puedo hacer lo que quiera. Y María Antonia se levanta y se marcha a su dormitorio y pega un portazo y enciende la radio cuando se tumba en la cama. Lo que dicen en la radio le parece aún más repugnante que lo que tiene que vivir a estas alturas de su vida y decide darle una segunda oportunidad a la humanidad y volver al salón esperando que su marido haya dejado la caja de bombones. Cuando llega al salón descubre que no sólo no la ha dejado, sino que se la ha comido casi entera, y tiene la camisa manchada de chocolate y un montón de envoltorios desperdigados por el pantalón y el sofá.

Eres un cerdo. Son mis bombones. En todo caso se los iba a dar a tu hijo.

Ya le damos bastante a mi hijo. María Antonia se acerca a quitarle la caja pero su marido la agarra con fuerza. Su marido se la quita fácilmente de las manos y la amenaza con un gesto del brazo sacando además la lengua. Quita, hostias. María Antonia retrocede tres pasos y decide optar por una táctica menos habitual. Quedarse de pie en medio del salón mirando a su marido, a ver si este reacciona y empieza a sentirse mal por lo que está haciendo. El marido la mira y empieza a sentirse mal. Deja de comer. Cierra la caja. No sabe qué hacer pero está furioso. Es entonces cuando coge la caja de metal y se la lanza a María Antonia a la cara. La caja le rompe un cristal de sus gafas incrustando pequeños trozos de cristal en su retina. María Antonia cae llorando al suelo con sangre en la cara. El marido se lanza sobre ella arrepentido por lo que acaba de hacer. Los dos lloran. El marido quiere ver la herida porque es médico. ¿Qué ha pasado? Después de treinta años de matrimonio ¿Por qué ha ocurrido? ¿Alguien sabe por qué? Mi marido me ha tirado una caja de bombones.

lunes, 1 de septiembre de 2008

EL HOMBRE DEL AGUA

A lo mejor algunos os habéis cruzado con él. Es uno de esos tipos que van de casa en casa llamando como locos al timbre y gritando ¡El agua! Es uno de esos hombres que si no les abres te deja una tarjeta en la puerta, en la que tienes que anotar los números del contador del agua y luego mandarlos por correo o a través de Internet. Te jode mucho cuando esto pasa, pero también te jode que llame como loco a tu puerta y tenga una prisa tremenda en entrar en las casas de todo el mundo. Y grita, como si fuera un enfermo poseído ¡El agua! Él es uno de estos tipos. A lo mejor alguno le conoce. Se mete en las cocinas de la gente e inspecciona las tuberías. Te sientes un poco intimidado si encuentra tu cocina llena de mierda, pero él está acostumbrado a todo. A todo.

Es un día normal y el hombre del agua visita los pisos de un edificio de algún barrio de la periferia. Va con prisa, como siempre. Hay una abuela que no llega a abrir porque está cagando y que cuando por fin llega y abre la puerta se encuentra con la tarjetita. Tiene prisa. El hombre del agua no puede perder el tiempo. El hombre del agua te odia, es verdad. Es un día normal y cuando termina con el último edificio va a la furgoneta y arranca. Antes de pisar el acelerador mira el reloj y calcula. Se marcha y no vemos la furgoneta. Después de diez minutos callejeando por el barrio llega a otro edificio y aparca enfrente. Se baja del coche, coge una carpeta y el aparato donde apunta el agua y camina hasta el portal. Llama al 3ºC y le abren sin preguntar. Suponemos que es el presidente de la comunidad que le espera. El hombre del agua se mete en el ascensor y sube al tercero. Llama al timbre del C como un poseso y grita ¡El agua! Al cabo de un rato una chica muy atractiva abre la puerta. Va vestida con un albornoz. Vengo a ver el contador. La chica sonríe y asiente. Le deja pasar. El hombre del agua entra en la cocina y se mete debajo del fregadero. Apunta los numeritos y se levanta. La chica se pone en su camino hacia la puerta impidiéndole el paso y el hombre del agua se siente un poco nervioso. ¿Quiere un café? ¿Agua? El hombre del agua dice que quiere un vaso de agua si es tan amable y la chica le dice que espere sentado. La chica coge dos vasos y va a la nevera para sacar una botella de agua. Se sienta en la mesa enfrente del hombre del agua y llena los vasos. Beben. En un principio no se hablan. El hombre del agua bebe agua despacio, sin quitar ojo a la chica. Y se pregunta si está desnuda debajo del albornoz. De pronto la chica se incorpora de la silla para coger un cenicero de un estante y el albornoz se desabrocha maliciosamente con el movimiento, descubriendo los pechos de ella. El hombre del agua siente que no puede más, descubre su virilidad y se abalanza sobre la joven chica, obligándola a quitarse por completo la prenda. La chica grita asustada, intenta forcejear y golpea con fuerza al hombre del agua, que parece que hoy es más fuerte que nunca. La chica llora, le pide que por favor pare, pero el hombre del agua no atienda a razones. Siguen forcejeando, y en los forcejeos, el hombre del agua le toca los pechos y trata de meterle un dedo por el culo. La chica no quiere y de momento aguanta el primer ataque. Con una maniobra inteligente consigue golpear en el estómago al hombre del agua y salir corriendo. La chica corre por el pasillo, pero a la altura del baño, el hombre del agua la agarra de una pierna y la chica cae de bruces al suelo. La golpea varias veces en la cara hasta que la chica, resignada, y llorando como nunca antes han visto llorar a nadie, se resigna y mira ensimismada al techo. El hombre del agua juega con su dedo y se baja los pantalones. La chica llora y le mira pretendiendo que él sienta lástima por ella y la deje marchar. Él sonríe, y dice, yo no soy así. El hombre del agua empieza a violar a la chica que en un momento dado se arrepiente de haberse resignado e intenta meterle un dedo en el ojo. El hombre del agua es más hábil y en seguida la coge del pelo y la golpea contra la pared. El gotelé se queda manchado de sangre. Pero es la sangre de la nariz, del golpe de antes. En menos de un minuto el hombre del agua eyacula, y se tumba al lado de la chica, que aprovecha para inspeccionarse la nariz con la mano. No es nada. El hombre del agua la mira y toca sus cabellos. Están tumbados sobre el parqué. Ella está desnuda. Él tiene los pantalones azules del uniforme bajados hasta las rodillas. Ella le mira y sonríe.
- ¿Lo he hecho bien?
- Los has hecho perfecto. Como nunca.
El hombre del agua se sube los pantalones y coge su cartera. De ella extrae ocho billetes verdes de cien y se los da. Las chica los dobla y los deja guardados dentro de su puño derecho.
- Me voy.
El hombre del agua se levanta y se dirige hacia la puerta. La chica le observa.
- ¿Crees que valgo para esto?
El hombre del agua se gira y la mira.
- ¿Para qué?
- Para ser actriz.
- No lo sé. Tendría que verte desde fuera. Desde dentro eres la mujer de mi vida. Y eso supongo que es más de lo que podría darme cualquier actriz.
La chica sonríe. El hombre del agua también.
- Creo que en el fondo eres muy sensible.
- Sí. Yo también lo creo.
El hombre del agua se va y la chica se limpia la sangre de la nariz con un poco de papel higiénico húmedo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

(I LOVE YOU) PORGY

Hay palabras que matan. Y lo peor es no saber qué hay al otro lado de la pared, o del cráneo del otro. Pero creo que a veces es importante quitarle un poco de importancia a todo. Yo sé cuál es la única forma de consumir felicidad. Necesito pensar algo así.

Yo sé cómo consumir felicidad. Así empiezan las novelas de los tontos, de los creídos y de otra gentuza que aún no me conoce, y que cuando me conozca, temblará.

Cuando salí del bar pensé que la había encontrado más guapa que nunca. Tenía el pelo negro, aunque apenas tocaba sus hombros. Tenía los ojos grandes, como si me quisiera comer a mí y al resto del mundo. Sólo la fantasía podía fantasear con su olor, con sus ojos, con su mirada. Y el resto de los tópicos silenciosos que recorren asiduamente la mente de los hombres sensibles. Quizá lo más desconcertante de todo era su excentricidad y su forma de ver el mundo, como si fuera una eterna compañera de lo absurdo, de lo irreal. Y yo sé que podían pasar las tardes enteras, y que no perdería color el invierno, ni se borraría con el calor la pasión en verano. La nitidez era imprescindible, y sus ojos se camuflaban bajo dos lentillas que lo veían todo, e incluso el más allá. Donde yo me encontraba, era difícil moverse. Una voz que no era rota pero que mataba el alma como si lo fuera. Y yo no podía hacer nada. Qué podía hacer yo. Cuando salí del bar las explicaciones eran bastante tontas. La sensación tan dulce que parecía de mentira, y mis ganas de mover los dedos ridículas, porque nunca se me han dado bien los adjetivos. Recuerdo cuando era pequeño y escuchaba I love you Porgy en un viejo discman de mis padres. Volvía del colegio y lo escuchaba, y veía el mundo de otra forma. Con el paso de los años, creo que ya no es necesaria la música para ver el mundo de otra forma. Pesan más otras cosas, aunque sean indigestan y nos proporcionen momentos difíciles como este. Que hagan que tenga que escribir un poco más, que no me contente con un párrafo y una foto. Cuando te han desnudado ya estás perdido. Si has perdido tu desnudo te han clavado bien fuerte, hasta dentro. Una puñalada mortal que cantaba Sabina, Aute, y otros tantos que se cagaban en los pantalones cuando hablaban de amor. Y decían eso de puedo ponerme cursi poniéndose cursi. Yo tengo recuerdos de antes. De canciones blandas, que se diluyen en la memoria y que cuando las vuelves a escuchar ya no valen nada. Pero he salido del bar, mejor dicho, he vuelto a salir del bar, y he vuelto a escuchar I love you Porgy, y la suma de ambas sensaciones han hecho que el mundo de otra vuelta, que tiemble, que me resienta, joder. No es día de romanticismos porque se ha estrellado un avión. Pero nosotros, como estamos al margen, gracias a Dios o la suerte, somos libres de perdernos. Y yo soy libre de volver a salir del bar, coger el metro hasta Pacífico en vez de coger el autobús, y recordar hoy, que sí, que gracias a ese bar, yo soy distinto.





lunes, 4 de agosto de 2008

PAPÁ

Espera un poco. Aguanta. En cualquier momento. Aguanta. Espera… ¡Ahí! ¿Lo ves? Se para siempre ahí. ¿Te hace daño? No te hace daño ¿verdad? Si te hace daño mueve la cabeza. No te hace daño. Vale. Bien. ¿Le ves? Mueve la cabeza si le ves. Vale. ¿Sabes quién es? Sí, claro que sabes quien es. Ahora quédate quieto. Mírale fijamente y espera un segundo. ¡Ahora! ¿Ves a ese también? ¿Sabes quién es también verdad? Pues venga. Mueve el culo.

Le saca de la habitación del hotel y le arrastra por el pasillo hasta una pequeña puerta que utiliza el servicio, pero son las diez de la noche y él sabe que ningún miembro del personal pasará por las escaleras de emergencia hasta las doce y media. Le arrastra por las escaleras, golpeándole el culo contra los escalones, y también la nuca. El chico no puede decir nada porque está amordazado y además ha decidido que va a soportar el dolor porque es valiente y ha boxeado desde que tenía doce y puede con eso y mucho más. Le saca por un callejón, por detrás, y le mete en la parte de atrás de una furgoneta. Arranca y conduce por varias calles hasta llegar a una autopista. Desde la parte de atrás el chico sólo ve las luces de las farolas golpeando contra el techo, y sólo puede escuchar el suelo de la autopista pasando a toda hostia bajo su espalda. Es una sensación extraña. Después de todo, lo único que puede pensar es que le van a matar. Se salen de la autopista en algún momento y recorren otra carretera. Parece que se paran en un par de semáforos, y después avanzan un poco más y se salen por otra carretera que parece de tierra. Se escucha muy poco de fuera. A lo mejor el ruido de otra autopista que no pasa muy lejos, pero no es seguro. Es de noche y pasan pocos coches. El camino por fin es decididamente de tierra, con un montón de baches. El chico da vueltas hasta que consigue quedarse enganchado en una de las esquinas del maletero. Por fin la furgoneta se para, él se baja y abre las puertas de atrás. El paisaje de Madrid encendido y el cielo naranja inundan los ojos del chico. Están en un descampado. Él saca una mochila, la abre y extrae una pistola. Después desata la cuerda de los pies del chico, le tira de los pies y le saca de la furgoneta. El chico da unos pasos intentando ubicarse. Están en algún sitio en el norte. Él le apunta con la pistola.

No quiero matarte. Pero si te pones a correr te voy a pegar un tiro. Y eso en realidad no afecta mucho a mis planes. ¿Estamos de acuerdo?

El chico asiente con la cabeza. Él le apunta con la pistola y le hace signos para que ande. El chico se pone andar. Caminan por una pequeña colina llena de escombros, y cuando llegan a la cima descubren un descampado gigantesco. Él le dice que se tumbe sobre la tierra y el chico lo hace. Le desata las manos, pero no le quita la mordaza de la boca. Él saca de la mochila unos prismáticos, los mismos de antes, y se los da al chico. A lo lejos hay un coche.

Antes de nada. Reconoces ese coche ¿no?

El chico mira y asiente con la cabeza.

Vale. Coge los prismáticos y mira. No pierdas detalle.

El chico coge los prismáticos y mira. Del coche sale un hombre. Abre la puerta de atrás e invita a salir a un niño de unos siete años, que camina hasta la parte de atrás del coche obligado pero resignado, asqueado como si le fueran a dar un baño. El hombre le da la vuelta, le apoya contra el maletero, le baja los pantalones y empieza a besarle. Le besa el culo y después se baja él los pantalones. El chico se aparta los prismáticos de los ojos.

¿No quieres mirar más? ¿No te quieres masturbar? He pensado que igual va en los genes. Si te quieres masturbar adelante. Tampoco afecta a mis planes.

El chico se da la vuelta, se tumba y mira al cielo naranja.

¿Qué te pasa?

El chico no puede hablar.

Él le quita la mordaza.

Di algo. ¿Qué te pasa?

Pero el chico no puede hablar.

Él se tumba a su lado y mira el cielo naranja.

Bueno, yo. Yo tenía un hijo de catorce años. Casi como tú. Un día fue a una fiesta. Tu padre le metió en una habitación y le violó. Pasó siete años en la cárcel y luego salió porque tenía amigos. Me obsesioné un poco con el tema y cuando salió le seguí la pista. Me di cuenta de que todos los sábados esperaba a que una mujer le entregara un niño a las diez de la noche, en el mismo banco, en el mismo parque. Tu padre cogía al niño y se lo llevaba a un descampado. Allí lo violaba, como acabas de ver. Era siempre el mismo niño. Podría haberlo denunciado, pero ¿para qué? ¿No? Se me ocurrió investigar un poco más porque, como ya te he dicho, estaba un poco obsesionado y me quería divertir. Se me ocurrió investigar y averigüé que la mujer era de hecho la madre del niño. Entonces pensé ¿qué clase de madre…? Y seguí investigando y me di cuenta de que en realidad, tu padre, era el padre de ese niño también. Y entonces ya hice una investigación espectacular y me di cuenta de que existías tú. De que odiabas a tu padre por algún motivo, y de que odiabas que tu hermano pequeño pasara los sábados por la noche y los domingos con tu padre. Que por cierto, en realidad estaba divorciado de tu madre desde hacía unos nueve años. Pero nadie sabía por qué le odiabas tanto. Y como eres un niñato de quince años, nunca te atreviste a decirle a la gente lo que tu padre hacía. No te puedo culpar ¿o sí?

El chaval está un poco afectado.

No sé. Creo que ahora mismo le está violando. Le está metiendo la polla por el culo. Le está jodiendo bien. Y creo que te suena de algo. Me siento un poco mal pero es que mi hijo se suicidó con tu edad y entonces te veo casi como un adulto. Me da cierta licencia. Todo es tan terrible ¿verdad? Es increíble lo inmune que puedes llegar a hacerte a la violencia. A la demacración. Puedes convertirte en un monstruo. ¿Tú crees que ya eres un monstruo?

El chaval abre la boca por primera vez.

Sí.

¡Bien! ¡Lo has dicho! Me alegro. Eres fuerte. Entonces ya no eres tan cobarde. No pasa nada, yo también soy un monstruo. Toma. Cógela. Yo me voy a ir y no me volverás a ver. A partir de ahora, tú mismo.

Nos perdemos como el chaval se decide a levantarse y caminar hasta su padre. Nos da igual. Cuando el chaval llega al coche su hermano ya está tumbado en la parte de atrás, medio dormido. El padre está fumándose un cigarro. Cuando el chaval aparece, al principio su padre no le reconoce. Un par de segundos, a lo mejor un poco más. Después ya sí.

Papá.

lunes, 7 de julio de 2008

POR FIN UNA HISTORIA: FALSA ALARMA

Hoy por fin es Navidad. Supongo que hay ideas mejores que otras. Hay ideas que no valen demasiado. Y hay veces que te pones a escribir y no sale nada. La mayoría de las veces ni si quiera merece la pena ponerse a escribir. Esperas a que alguien vuelva a casa, y te cansas de leer. Empiezas a considerar tus proyectos como un imposible, y tu futuro de aquí a una semana es demasiado incierto para tener amigos. No me importa no tener amigos, por eso me bajo a la calle y me siento en un banco y hago la cosa más pedante y superficial que puede hacer el ser humano creador: pensar en el mundo. Mirar a la gente, buscar qué piensan, y razonar. Filosofar, poetizar, meditar. Todo eso es muy triste porque en realidad el escritor es un ser visceral. Si yo no soy visceral, si yo necesito poetizar o filosofar, entonces no debería contar historias. Pero es que cuando estaba en la calle me ha pasado algo increíble. Estaba en el banco filosofando, muerto de frío por la medio nieve que estaba cayendo, cuando de repente un tipo sale de un portal de esos cutres de un edificio cutre de esos que hay en Moratalaz. El tipo está sudando, tiene la cara llena de carbón, y se acerca a mí absolutamente angustiado.

- Necesito ayuda, por favor. Suba a mi casa.

El tipo se vuelve a meter corriendo en el portal, y yo le sigo olvidando un par de conceptos a los que tal vez había llegado y de los que pretendía sacar algo en claro. Le sigo por las escaleras (el edificio no tiene ascensor) hasta el quinto piso, y cuando entro en su casa está todo lleno de humo. Grito, pregunto si hay alguien. El tipo me empuja, me mete de lleno en la cocina y cierra la puerta. Su cara desencajada y mi terror incalculable. Creo que va a matarme, pero no. Se apoya en una de las encimeras y se pone a pensar, a respirar, a recobrar la calma.

- Mi hijo se acaba de prender fuego en el salón.
- ¿Su hijo?

Me mira, lloriqueando. Me da la sensación de que acaba de darse cuenta de lo que eso significa.

- ¿Por qué no llama a los bomberos?
- Mi hijo ha llamado a los bomberos cuatro veces esta semana, y les ha hecho venir para nada, porque eran siempre… falsas alarmas… y hemos pagado las multas, pero he llamado y dicen que ya no quieren venir. Tampoco la policía, ni una ambulancia.
- ¿Y dónde está el fuego?
- En el salón.
- ¿Pero hay mucho fuego?
- Bueno. Todavía no ha salido del salón.
- Vamos, déme un cubo de agua.
- ¿Un cubo de agua?
- Sí. Vamos a apagarlo.

Y el tipo me da un cubo viejo y yo lo lleno de agua. Voy al salón y empiezo a empaparlo todo. El tipo se queda en la cocina en estado de shock y yo en cuestión de cinco viajes con el cubo de agua consigo controlar el fuego que tampoco estaba tan desatado. Hay mucho humo y casi no vemos nada. El tipo viene al salón y nos sentamos en el pasillo a esperar a que el humo se vaya. Yo me quiero ir. Le digo que ya está controlado. Que si me puedo ir.

- No. Quédese, por favor.

Me siento otra vez delante del tipo, en el pasillo. Llaman a la puerta. Serán los vecinos alertados por el humo. Pero yo prefiero no contestar y el tipo tampoco.

- El hijo de puta lo tenía todo planeado. Lo de llamar tantas veces al 112 y eso. Es muy listo ¿sabe?

No respondo.

El humo se va poco a poco. Ninguno de los dos queremos mirar al salón y nos miramos a los ojos. Pasa alrededor de media hora y me pregunto si vamos a estar allí toda la noche o alguno por fin va a tener los cojones de mirar al salón. El tipo es un hombre de unos cuarenta y muchos. Se nota que ha trabajado, pero creo que es inmaduro. Su mandíbula sigue desencajada. Yo soy joven pero creo que sé más que él. Me va a tocar a mí primero. Miro. Su hijo ya no es blanco, ahora es negro como un trozo de bacon que ha pasado demasiado tiempo en la sartén.

- Creo que su hijo está muerto.

El hombre se arma de valor y mira al salón. Durante varios segundos su cara se llena de una expresión brutal de horror y desesperación. Después mete la cabeza entre las rodillas y se pone a llorar. Pasan varios minutos, y de repente, incomprensiblemente, el hombre empieza a descojonarse. Yo me preocupo.

- ¿Se encuentra bien?

El hombre levanta la cabeza de las rodillas y me mira sonriendo como Jack Nicholson en Batman. Las lágrimas se mezclan con el hollín en su rostro y yo me siento como si se fuera a lanzar a mi garganta y me fuera a morder y arrancar la tráquea con los dientes.

- ¿Qué pasa? ¿Se encuentra bien?
- ¿Sabe qué?
- Qué.
- Me parece que me he portado mal este año.
- ¿Por qué?
- Porque esta Navidad, los Reyes me han traído carbón.

Y el tipo rompe en una tremenda carcajada que casi me deja sordo y yo me levanto y salgo corriendo de la casa y le dejo descojonándose.

miércoles, 25 de junio de 2008

COMIN´ FROM HELL TO BREAKFAST

Joad dice: Bloguero, fotologuero, te estamos mirando a ti.


(Texto censurado)

“Well I get off there. Sure, I know you´re wettin´ your pants to know what I done. I ain´t a guy to let you down” (…) Joad leaned toward the driver. “Homicide” he said quickly “That´s a big word -- means I killed a guy. Seven years. I´m sprung in four for keepin´my nose clean”. (…) “So long fella. You been a good guy. But look, when you been in stir a little while, you can smell a question comin´ from hell to breakfast. You telegraphed yours the first time you opened your trap. Thanks for the lift”.

(Texto censurado)

miércoles, 18 de junio de 2008

TULSA, CIUDAD DE LUCHA



Esta mañana me aburría estudiando, y he estado viendo índices de criminalidad en Estados Unidos. Se miden por número de crímenes cada cien mil habitantes. Hay una página en la que puedes comparar una ciudad con otra. Y luego en la wiki, se encuentra la gran lista de las ciudades más peligrosas del país. La primera, Detroit (Michigan) con 418 asesinatos en 2006. Inevitablemente he estado comparando Tulsa con algunas ciudades. Es la número 27 en la lista de ciudades más peligrosas de Estados Unidos. Para hallar esta lista se hace una media con todos los delitos. Pero comparando Tulsa con otras ciudades, me he dado cuenta de que por índice, se dan llamativamente más violaciones en Tulsa que en otras. Entonces he recurrido a datos objetivos y he hecho mi propia lista. Éstas son las ciudades con más violaciones por cada 100.000 habitantes de todo Estados Unidos.


1. Cleveland (Ohio) 98/100.000

2. Baltimore, (Maryland) 97/100.000
3. Anchorage, (Alaska) 89/100.000
4. Columbus (Ohio) 80/100.000
5. Okland (California) 76/100.000
6. Tulsa (Oklahoma) 74/100.000

Curiosamente, ciudades como Los Angeles o Nueva York se encontrarían muy por debajo en esta lista de índices de violaciones.


Los Angeles (California) 27/100.000
New York. (New York) 13/100.000

En asesinatos, Tulsa no es la puntera, pero no se queda atrás. Por ejemplo comparándola con Nueva York...


Tulsa. 13,7 asesinatos cada 100.000 habitantes.
New York. 7,3 asesinatos cada 100.000 habitantes.

En Tulsa tenemos que estar orgullosos joder. Para ser una ciudad de 300.000 habitantes, tenemos más mierda morbosa enferma cada cien mil que muchas otras que siempre se han creído mejores como Nueva York, Los Angeles, o Chicago.


Si queréis comparar, en plan freak como yo, índices de criminalidad de ciudades norteamericanas... pinchar aqui.

miércoles, 11 de junio de 2008

LOS YONQUIS SE CUIDAN MEJOR


Un día especialmente difícil, de esos que empiezan una comedia romántica sobre un tipo que está en su oficina y odia a su mujer y a sus hijos. Seguro que funciona. Seguro que funciono. Pero hoy ha sido un día especialmente difícil. Si hay algo que odio es cuando veo una película y alguien dice “¿Tienes por ahí los informes?”. Es un recurso muy típico para dar a entender que estas en una oficina ¿verdad? Interior. Día. Oficinas de una empresa. Un joven ejecutivo, jefe de planta, se acerca a John. Ejecutivo: John, ¿tienes ya los informes? John, que está mirando por la ventana, se sobresalta. John: No. Todavía no. El jefe se marcha enfadado y John mira a cámara. John (off) Tengo cuarenta años, no soy nadie, me quiero morir. No, vamos a ver, no tienes por qué escribir eso. No escribas eso. Haz otra película. No sabes lo que es un informe. Tú, jodido guionista, no sabes nada de nadie. No sabes lo que es decirle a tu jefe que todavía no tienes los informes, no sabes lo que es sentir que tienes cuarenta años y tu vida no vale una mierda porque no tienes cuarenta años y porque tu vida vale por lo menos el oscar al mejor guión original o por lo menos los ochenta mil dólares que vas a ganar por escribir un puto guión de mierda que habla sobre el inexistencialismo desde un existencialismo tan poderoso como lo es el de cualquier escritor de mierda que se cree superior para hablar de cualquier cosa. Las cosas no son así. Voy a matar al próximo guionista que ponga la palabra informe en su guión por ser tan patético. Porque no es capaz de decir otra cosa para que nos enteremos todos de que estamos en una oficina.

Ha sido un día especialmente difícil porque estaba trabajando precisamente en varios informes de contabilidad para mi jefe guapo, atractivo y adicto a las mujeres, cuando he recibido una llamada de mi hermana. Al trabajo. Una llamada de mi hermana al trabajo. Mi hermana nunca me llama.

- Jorge Luis, acaba de llamar papá desde el hospital. Le han dicho que tiene el SIDA.

Me llamo Jorge. Mi hermana, digo mi madre, la muy puta, me puso Jorge Luis por su padre que se llamaba Luis Alberto. Odio que me llamen Jorge Luis. La única persona que me llama Jorge Luis es mi hermana. Me llamo Jorge, y mi padre tiene SIDA.

Inmediatamente vamos al hospital y vemos a mi padre sentado en una mesa de la cafetería, comiéndose un bollo. Papá. ¿Qué coño hacéis aquí? Papá, ¿estás bien? Que sí, joder, todavía no me he muerto. El trayecto a casa es bastante silencioso. Yo conduzco, mi padre mira por la ventana. Parecía un tipo sano. Tiene setenta años. Arregla los lavabos y mi coche cuando se jode. Es un hombre que funciona con las manos. Cuando llegamos a casa, mi padre se pone a abrir el correo y nos mira como preguntándonos qué coño nos pasa. Es mi hermana quien hace la pregunta crucial.

- ¿Pero cómo te lo has cogido?

- Me he clavado una jeringuilla.

- ¿Dónde? – pregunto.

- En el parque.

- ¿Cómo?

- No seáis morbosos. Me la he clavado y punto.

- ¿En qué parque?

- En uno que hay en Moratalaz.

- ¿Y qué hacías tú en Moratalaz?

- Me habían dicho que por allí había muchas jeringuillas.

- Papá por favor, explícate.

- La primera vez fui allí y me clavé alguna jeringuilla que vi por el suelo.

- ¿Pero por qué fuíste allí?

- Porque me habían dicho que aquello era un nido de jeringuillas.

- Papá, igual es que no te estás explicando bien, pero tal y como te expresas – voy con calma, quiero entender al pobre viejo – parece que QUERÍAS clavarte una jeringuilla.

- Exactamente es eso lo que pretendo decir.

- ¡¿Por qué?!

- ¿Por qué no? ¿Eh? ¿Lo tengo que explicar todo?

Mi hermana se pone a llorar. Yo me siento en un sofá y respiro. Mi madre se murió hace diez años. Intento relacionar esto con el trastorno de mi padre.

- Papá, explícate desde el principio.

- Quería tener el SIDA. Busqué un parque, lo encontré, me clavé varias jeringuillas, y no me pasó nada.

- No te pasó nada.

- No. Al parecer el virus muere en seguida, tiene que ser un contacto directo.

- ¿Y qué hiciste?

- Esperé a ver un yonqui y le pedí su jeringuilla.

- No me lo puedo creer. No me lo puedo creer.

- ¿Sabéis qué es muy curioso? Hay muchos menos yonquis con SIDA de lo que parece. Realmente me ha costado encontrar uno que me lo pudiera pegar. Me imagino que ahora se cuidan más.

- Papá ¿por qué querías cogerte el SIDA?

domingo, 1 de junio de 2008

CINEPAD 6000


Tiene el tamaño de un toro y se llama arrogancia. La necesito. Cuando veo, cuando escucho, cuando me pongo delante de las personas. Para escupir, para sangrar, para no ser como los demás, para levantarme en un podio de oro y ponerme una medalla. Para dejar de escuchar las ovaciones y sentirme menos afortunado.

Es una casa grande, un típico chalet bonito y bien decorado en medio del campo. Hay una piscina y un jardín, y miedo a que alguien entre te robe y te viole. Si rodaran una película en la piscina, de noche, el jardín se llenaría de grandes focos. Cinepads de seis mil y tres mil reflejados en banderas blancas gigantes. El jardín de noche sería amarillo y el cielo negro, más negro que nunca. Y si no hubiera nadie y sólo quedaran los focos sería enigmático, pero estamos solos, ella y yo. Sin focos, sin película, sin cielo negro. El cielo es negro pero está estrellado, como en las poesías de Neruda pero sin tanto amor. Somos dos jóvenes que creemos en el amor podrido. Ella y yo. Dos jóvenes que hemos construido nuestra felicidad en fútiles inventos como la pantalla plana o el anillo vibrador.

- Pon una peli.

- ¿Qué peli?

- No sé. Una que no haya que pensar.

- ¿Cuál hay ahí?

- Míralo tú.

Y debajo de la tele gigante plana hay un montón de DVD´s apilados. Ofertas. Clásicos irresistibles. Río bravo. No. ¿Por qué? Oeste. Uy no. Claro que no, por eso te lo decía. Y seguimos mirando. La novena puerta. ¿De quién es? Sale Johnny Depp. Venga ponla. Y es de Roman Polansky. ¿El del pianista? Ponla.

Nos quedamos dormidos.

Me levanto y voy al baño. La televisión se ha apagado sola y no se ve nada. Cuando enciendo la luz del baño ilumino parte del pasillo. Bonito sí. Podría hacer un corto y poner algo así. Una luz que atraviese el baño e ilumine parte del pasillo. Quedaría bien. Es interesante. Podría apuntarlo en mi moleskine. Cuando apago la luz del baño oscuridad total. Se me ocurre la brillante idea de asustarla. La casa es de ella, de sus padres. Siempre me dijo que le había dado miedo. Y más de noche. Puedo esconderme detrás del sofá y esperar a que se despierte. Cuando abra los ojos y quiera irse a dormir a la habitación no me encontrará y se pondrá nerviosa. Empezará a dar vueltas. Puedo apagar los plomos para que no pueda encender ninguna luz. Apago los plomos, me coloco detrás del sofá. Espero. No ocurre nada. Espero diez minutos, no se despierta. Empujo el sofá un poquito, a ver si vuelve en sí. Nada. Empiezo a hacer ruidos oscuros, muy meditados y calibrados para que no parezcan una farsa. Cada vez los hago más altos. No ocurre nada. La chica no se despierta. Hija de puta. Duerme como un puto elefante. Cansado de esperar (ha pasado media hora) le doy una hostia al sofá y la chica cae al suelo como si fuera un plomo. Me levanto. Me acerco a su cuerpo tirado en el suelo. La zarandeo. Lucía. Lucía. Lucía. ¡Lucía, Lucía, Lucía! Nada. Estoy nervioso. Fijo que me está devolviendo la broma. Se ha dado cuenta de lo que iba a hacer y me está devolviendo la broma. La única luz que ilumina la habitación es la del brillo rojo del pequeño piloto de Stand by de la tele. Lucía acepto la derrota. Estoy acojonado. Abre los ojos. Y Lucía no abre los ojos. No puedo encender las luces, los plomos están apagados. Tengo miedo. Muchísimo miedo. Ella no hace ningún ruido. Si acerco mi oreja a su corazón y es una broma quedaré como el más tonto del mundo. Pero tengo miedo. Tengo que hacerlo. Acerco mi oreja a su corazón y escucho. No se oye nada, nada. No palpita. No puede ser. La levanto y la pongo en el sofá, y pesa muchísimo. Acerco mi oreja de nuevo. Nada. Aprieto mis dedos en su cuello, buscando el pulso. Está fría. Le abro los ojos. Nada. Te voy a escupir en la boca si no terminas con esta broma ya. Apoyo todo su cuerpo en el sofá haciendo un gran esfuerzo y e inclino mi cabeza frente a la suya. La abro la boca. No respira. Tiene que respirar. Sus pulmones no se mueven. Es mentira, es mentira. Lucía te voy a escupir en la boca. Hago un esfuerzo y saco de mis pulmones enfermos un moco verde y pastoso. A duras penas, gangoso, le digo que le voy a escupir una flema verde del tamaño de una pera en su boca. Lucía no responde. Escupo la flema verde que cae en su boca, resbala por su lengua y se pierde en su garganta. Lucía está muerta. Ni un solo gesto, nada.

Han pasado las horas. Tengo tanto miedo y estoy tan perdido que no puedo levantarme a poner los fusiles. Tengo que esperar. Muerto de miedo, muerto de ella, muerto de todo. Me quiero morir. Ella está muerta. Estoy con un cadáver.

Los médicos la han diagnosticado muerte súbita. Su familia no me recrimina nada, pero no me quiere ver. Su hija se ha muerto de repente. No hay explicación. Y ha sido conmigo en su casa del campo. Todos muertos de miedo. No de tristeza, de miedo. No nos queremos morir.

sábado, 17 de mayo de 2008

LA HERMANDAD DE LOS INÚTILES


- Página 2. Creamos en un mundo donde la gloria se manifieste en las cosas pequeñas y no en las cosas grandes; en las caricias, y no en el sexo; en caminar, y no en correr; en dormir, y no en soñar. Simplifiquemos nuestras ilusiones, hagamos nuestras vidas más animales y menos humanas; nuestros instintos más carnívoros, y nuestras muertes más banales.

Todos asentimos y nos levantamos. Es la hora de beber un poco de vino y compartir unos canapés que ha hecho Román para la ocasión. Buen chico, se mueve bien. Tiene talento, pero le falta un poco de inteligencia. Yo tengo la inteligencia, y él el talento. No ha hablado mal. Creo que la gente está contenta. Todos están contentos. Vamos a proyectar Amelie y nos vamos a casa. Los que hayan soñado mañana serán castigados y no podrán venir. Los que crean en la bondad serán bienvenidos, y los que no se pudrirán en el infierno. Me encanta decir siempre esto último aunque nosotros no tenemos infierno. No tenemos nada. Creemos que cuando morimos no hacemos nada, pero creemos en la bondad. Creemos, y nunca engañamos.

En casa Marta me propone jugar a desnudarnos, abrazarnos, y tocarnos todas las partes de nuestro cuerpo sin rozar los sexos. Lo apruebo. Nos desnudos y nos metemos en la cama. Ella empieza por acariciarme la espalda. Me abraza y no puedo evitar notar sus senos rozando mi pecho. Tiene los pezones duros, y yo también estoy animado. Noto su aliento en mi oreja y su saliva en mi cuello. Está babeando en mi cuello porque está muy excitada, y siempre que está así babea. Está empujando mis testículos con su rodilla, y cuando la miro entre las piernas veo que brillan. ¿Puedo tocártela un poquito? No, le digo, aguanta. Me toca las piernas, la cara, me mete los dedos en la boca, y me mete los míos en la suya. Lo hace porque sé que le encantaría chuparme la polla, pero no, porque está prohibidísimo, y es lo último que me dejaría hacer. Quiero que me toques. No, no lo voy a hacer. Pues entonces me toco yo. Y entonces sus dedos se meten entre sus piernas y empiezan a moverse rápidamente, con fuerza. Me doy cuenta de que no es la primera vez que lo hace y me pongo nervioso. ¿Lo has hecho antes? Sí, lo he hecho antes. Lo hago todos los días. Me imagino que me follan, que me follan hombres de todas las edades, que me follan en la calle, en casa de tus padres, delante de ti. Me imagino que me pegan y que me hacen vomitar cuando me la meten en la boca. Me animo y me masturbo con ella. Nunca lo hemos hecho. Es diferente. Me imagino a todos esos hombres con ella. Y luego pienso en las cosas pequeñas.

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- Página 37. La única razón que hay para vivir es vivir. Si vivimos es porque vivimos. Y cuando morimos, es porque dejamos de vivir. La bondad existe porque somos conscientes de que vivir, es sencillamente vivir. Leed en voz alta.

Jugamos al fútbol después. Le meto dos goles a Manuel. Como portero es muy malo, pero es lo único que puede hacer porque si corre le duele la rodilla. Después del partido vamos a un bar y nos tomamos unos refrescos. Hablamos de las chicas. Dicen que Marta es la más guapa de todas. Manuel me da un manotazo en la espalda. Sé que le gusta. Puto cojo de mierda. Ni si quiera puede correr.

Somos la hermandad. No hacemos daño a nadie. Somos la hermandad. La hermandad. No somos religiosos. Somos los más fuertes, y los más buenos. Los buenos. Los buenos de verdad. Los malditos monos hijos de la gran puta. Los bastardos funcionales, los aparatos incongruentes y las mentiras falsas, las niñas desprevenidas en los semáforos. Si viene un coche y las atropella nuestro sentimiento es religioso. Un ateísmo religioso. Si nos tocamos, no podemos hacer el amor. Si podemos hacer el amor, no nos tocamos. Porque es así. Porque así lo dicen los papeles. Y hay páginas. En concreto, ochenta y cinco.

domingo, 27 de abril de 2008

GENIOS DE LA COTIDIANEIDAD UNIVERSAL



Vamos hombre, no me jodas.

A ver, en serio. Te lo digo totalmente en serio. Piénsalo.

Lo pienso.

Piénsalo bien. Imagínatelo. Aquí en Salamanca, por ejemplo, una mujer de cincuenta años se levanta inesperadamente por la noche y se sienta en su cocina a fumarse un cigarro y a tomarse un café. Su marido está roncando como un hijo de puta y no puede dormir. Su hijo está en casa de su novia y la casa está en silencio. Desde la cocina no se oyen los ronquidos. La luz de la cocina es como azul, y en el patio interior respiran cientos de vecinos que duermen inconscientes. A lo mejor hay alguno despierto pero no es probable. Habrá alguno que esté medio inconsciente viendo la televisión, otro tumbado en la cama mirando al techo, pero no es lo mismo, eso no es estar despierto.

Y qué pasa.

Pues imagínate a esa mujer, tan absolutamente sola. Sola de verdad. No puede hablar con nadie, no tiene forma de comunicarse con nada. Ni si quiera puede encender la tele o la radio para no despertar a su marido. Está sola frente a sí misma. Una mujer que no suele pensar en estas cosas, pero que extrañamente se ha levantado de pronto y ha sentido la necesidad de ir a la cocina y preparase un café.

Que sí, ¿y qué?

Vale, ahora vuela lejos de allí… imagínate ahora… por ejemplo, otra mujer de cincuenta años, ítaloamericana, que está también sola en su casa de Tucson, Arizona, porque su marido está bebiendo cerveza con sus amigos en un bar. Sus hijos hace tiempo que se marcharon de casa, y no puede encender la televisión porque está estropeada. Podría llamar a alguna de sus amigas pero la mayoría están con sus familias y no cree que sea conveniente molestarla. Es católica, la familia es lo más importante, ¿entiendes?

Sí.

Y entonces, sumida en la oscuridad temprana del invierno, apaga las luces de casa para no gastar, y se va a la cocina a tomarse un café. Pon que son las ocho de la tarde, seis horas antes que en España. ¿Puedes imaginarte los dos gestos? Las dos mujeres entrando en la cocina, abriendo los armarios, y preparando el café a la vez.

Un poco surrealista.

Sí, pero espera. Dime otra ciudad.

Nueva York.

No hombre, otra que no esté en Estados Unidos.

París.

Vale. Pues imagínate a un policía corrupto mejicano que lleva toda la tarde bebiendo solitario en su pequeño apartamento de un barrio marginal. Le molesta mucho la conciencia. Abandonó a su mujer y a sus hijos y no sabe muy bien hacia dónde direccionar[1] su vida. Entonces, hacia las dos de la mañana también, completamente sudado, borracho y sumido en la oscuridad profunda de la noche…

Se levanta y se va a tomar un café a la cocina.

Sí. ¿Puedes dividir la pantalla de tu mente en tres partes?

Más o menos.

Pues imagínate a los tres en sus respectivas situaciones. Imagínate los gestos, todos hechos a la vez, fruto de la casualidad más absoluta e increíble que puedas imaginar.

¿Y qué?

Y ahora céntrate en un plano del café. Imagínate que la casualidad se vuelve tan extrema, que los tres mueven la cuchara al mismo tiempo, como si llevaran entrenando toda la vida para hacerlo igual. Imagínate que cuando lo hacen sienten algo raro, como si alguien les estuviera mirando, como si estuvieran con alguien, como si alguien entendiera que están soñando con una vida mejor, o no mejor pero quizá sencillamente distinta. Una vida diferente. Tres puntos en tres lugares alejados de la tierra que forman un triángulo, un triángulo místico que pone tres realidades paralelas en el mismo flujo temporal. ¿Y cuál es el colmo de todo esto? Las tazas, de cada uno, son souvenirs provenientes de distintos lugares de la tierra. La mujer de Salamanca, tiene una que le trajo su hermano de cuando fue a dar una conferencia a Tucson; el mejicano de París tiene una de Salamanca porque su primo, el único que servía para estudiar de la familia, pasó unos meses de Erasmus en la universidad, y la italoamericana de Tucson, tiene una taza de París que le trajo la multimillonaria para cual trabaja concinando.

¿Qué coño dices cariño?

Son los tres elegidos para comprender el mundo. La casualidad les ha regalado el entendimiento del mundo. ¿Lo comprendes? El entendimiento de la cotidianeidad universal. De que todos somos los mismos en todo momento, y repetimos la realidad y nuestros sueños como máquinas. Somos una especie universal. Una especie impersonal. Una especie que sólo conoce la originalidad como concepto artístico pero no vital. Una humanidad encerrada en sí misma. Y todo, mezclado, unido, y rebuscadamente cosido con la idea de que las identidades culturales se han podrido con el turismo. Podría pasar algo así. ¿No es fascinante?

Sí, cariño. Es fascinante.


[1] *direccionar es un palabra que no existe en castellano. No obstante, me gusta, y la dejo.

domingo, 20 de abril de 2008

ELLIS, HANEKE

- ¿Qué hacemos con el niño?

- Lo matamos.

- No.

- Pues no sé. Decide tú.

- Lo llevamos a otra ciudad. Lo dejamos en un descampado, y que lo encuentren otros.

- O que se muera de frío, o de hambre.

- Por mí vale, no sería como si le matáramos directamente. Sería como un error.

- Un error de quién.

- De la vida. Del resto, no sé. De nosotros, también, pero no sólo de nosotros.

- Podemos hacer eso. Podemos dejarle cerca de una calle principal.

- Alguien nos puede ver.

- ¿Y qué?

- Que no.

- Que no que.

- Que tiene que ser en un sitio donde no le vea nadie. Ni a él, ni a nosotros. Un sitio donde él pueda encontrar esa calle caminando, pero no pueda verla.

- Tiene tres años. El puto niño tiene tres años.

- Yo creo que tiene cuatro. Por lo menos.

- Vale. ¿Qué ciudad?

- Eso da igual. Una que esté lejos. Tampoco una conocida.

- ¿Y después?

- Después nos olvidamos y a tomar por culo.

- Qué bien.

- Sí, que bien.

- ¿Y vas a poder vivir con eso?

- Sí, por qué no.

- Deja de fumar joder.

- La semana que viene.

La semana pasada raptamos a un niño negro por hacer la coña y ahora no sabemos qué hacer con él. El niño está en el baño, the informers en mi mesilla de noche, y el vídeo de Benny debajo de mi almohada. No sé dónde anda mi musa y tampoco sé qué escribir. Vuelve, vuelve por favor.

martes, 15 de abril de 2008

EL BINAMOR Y LA DUDA


Los amantes, Lara y Manuel, duermen juntos y se levantan al día siguiente. El sol es radiante. La luna está muerta. Las paredes blancas brillan y sus ojos se abren. Hoy es el día.

Binamor es un pequeño comprimido que acaban de sacar a la venta revolucionando el amor. Su propio nombre cursi indica un poco por dónde van los tiros, pero para los que no lo conozcan, para la prensa internacional y para todas las consultas de sicólogos y siquiatras del mundo, es una gran revolución. Binamor ha revolucionado el amor, por así decirlo. Ha vuelto loco a todo el mundo, y ahora la humanidad necesita recomponerse. El gobierno medita si tomar medidas legales, pero es que los propios miembros del ejecutivo están enganchados a los efectos de la pequeña pastillita. ¿Y en qué consiste la pequeña pastillita? Es una pastilla que detecta el amor. El que la tome y esté presente delante de la persona que ama, verá como sus pupilas se desbordan con un tremendo y chillón color amarillo. Por el contrario, el que la tome delante de la persona que dice que ama, y no sufra ningún tipo de alteración en la retina, demuestra que miente y que no siente lo que dice por esa persona. Binamor aparece en los anuncios con el tremendo eslogan: “Porque hemos arreglado los problemas del mundo”. Binamor cuesta veinte euros y es cien por cien seguro en su diagnóstico. ¿Quién la ha comprado según salió a la venta? Todos los emparejados. Muchos lo niegan, pero es mentira. Todos quisieron saber la respuesta científica a si su amor y el de su pareja era verdad o no. Algunos, muy pocos, sólo los hippies, los punkies, los naturópatas y los de siempre, se negaron a violar su intimidad. Algunos modernos indies que querían transgredir dijeron que no la necesitaban, pero la tomaron. Otros no pudieron remediarlo sin más y probaron, aunque fuera por hacer la gracia, los efectos del Binamor. ¿Qué ocurrió? Se lo pueden imaginar. Matrimonios rotos, gente deprimida, y todo eso. El caos. Y por otra parte, matrimonios felices, parejas seguras de su amor eterno, y todo eso. Lo de siempre pero sin hipocresía. El problema no fue eso, el problema vino con lo que le pasó a los amantes de los que hablaba antes. Los que duermen y luego se despiertan con el brillo de la pared. Resumo.

Lara y Manuel se levantan y se sientan en la mesa del desayuno. Para ellos el Binamor es importante, no es un juego. Lo tienen puesto encima de la mesa y tienen miedo. Llevan dos años viviendo juntos y los dos últimos meses las han pasado putas porque ambos tenían dudas sobre si se querían realmente o no. Ayer por la tarde compraron el Binamor y ahora se disponen a probarlo y aclarar de una vez todas sus dudas. Nervios. Sudor. Por fin sabrán si su amor es eterno o no. Se acabaron las discusiones, el probar a otra gente, y toda esa mierda enferma de los emparejamientos. Hoy van a saber la verdad. La verdad más pura y científica que se les pueda escupir a la puta cara.

Ella toma la pastilla.

Él toma la pastilla.

Esperan diez minutos, no ocurre nada.

Esperan veinte minutos, no ocurre nada.

Él mira el prospecto, puede tardar de veinte a cuarenta minutos, o a veces incluso algo más.

Esperan quince minutos, no ocurre nada.

Esperan cinco minutos. De repente, las pupilas de él, se inundan súbitamente de un color amarillo chillón. A ella no le ocurre nada. Él empieza a llorar. Ella le coge de la mano e intenta desdoblar el prospecto para buscar explicaciones, pero está tan nerviosa que no puede cogerle de la mano y abrir el papel al mismo tiempo. Él se lleva las manos a la cara y empieza a sollozar de verdad. Ella intenta calmarse y reencontrarse consigo misma. Así que ya no está enamorada. Así que de verdad la respuesta es que no le quiere. Tensión. Pasan cinco minutos. De repente los ojos de ella se inundan brutalmente del mismo color amarillo que los ojos de él, pero parece que más fuerte, más intenso. Ella le obliga a él a mirar, se miran, se ríen, se levantan, se abrazan, y qué bonito joder, se quieren.

Pasan toda la tarde follando.

Se ponen a cenar y antes de terminar el postre ya están follando otra vez. Se les estropea el estómago pero no importa, follan otra vez.

En la cama están tan cansados que se quedan dormidos. Al día siguiente se levantan y se miran. Miran a la pared. A la ventana. Al brillo de la pared. A la mesilla, a un perro que tienen, a la alfombra. Se miran a los ojos. No hablan. No hay nada de que hablar. No hay nada sobre qué discutir. Ella se levanta al baño. Él se queda en la cama. Se tira un pedo. Oye el ruido de la cisterna e intenta disipar nervioso el olor. Ella vuelve. Él la mira. Te quiero. Yo también. Se sientan apoyados en el cabecero de la cama. ¿Seguro que no tienes dudas? Él dice que no. ¿Todo bien entonces? Todo bien. Qué gran invento el Binamor. Qué gran invento. Se ha quedado un buen día… sí… tengo que trabajar mucho… sí…

domingo, 13 de abril de 2008

HISTORIAS DE GUAPOS.

No es por la comida, ni por las plantas. Me voy porque no aguanto estar aquí. Porque las calles están vacías de historias, y los restaurantes llenos de colores. Porque el gris y el negro están de capa caída, y la elegancia también. La elegancia está de capa caída. Una buena frase para empezar el día. Para mirar a la gentuza en el metro y pensar, por no decir, cabrones, iros a la mierda. Todos sabemos de qué rabia estoy hablando. Una rabia que echo de menos porque sí. Porque ya no soy el mismo. El mismo ser enfermo que hablaba de sexo y se ponía un mantel en la cabeza para escribir y poder ahuyentar a las fantasmas que me robaban la inspiración. Un mantel de cuadros rojos. Precioso, como muy francés. Como si fueran a caerle encima un montón de espaguetis, o macarrones, sí, eran macarrones.

No sé cómo abordar esta historia. Os propongo el planteamiento y vosotros me ayudáis con lo demás. A ver. Se trata de un tipo que todos los días conduce por la misma autopista para ir a su curro. Es un tramo muy vacío porque siempre lo recorre a las seis de la mañana. La autopista bordea un poblacho de chabolas donde van muchos yonkis a comprar droga, y a veces nuestro querido amigo ve desde el coche a algún yonki caminando por el arcén de la autopista. Los primeros días sencillamente les mira a las caras, pero poco a poco se va gestando dentro de él una descabellada idea. Nuestro prota es de estos tíos muy guapos, un ejecutivo de acción que ha perdido la ilusión y necesita un aliciente. Total, lo típico, mucha tensión al volante y todo eso y de repente pum. Casi sin darse cuenta se mete en el arcén y se lleva por delante a un yonki. Nadie le ve. Pasan las semanas y no ve noticias en ninguna parte, nadie habla de nada. A través de algunos contactos se entera de que nadie ha denunciado y se siente tentado a hacerlo otra vez. Por supuesto no se lo cuenta a nadie. Y entonces se empieza a cargar regularmente a yonkis en los distintos tramos de los arcenes de la autopista. ¿En qué más podría degenerar esto? ¿Podría ser una buena historia? Ya, ya, Dexter. Pero yo quiero que esté más enfocado al tema de… que divertido cargarse a yonkis sin que nadie pueda darse cuenta. Bueno, no sé. Domingo. No se me puede pedir más, y menos en el estado en el que estoy. Creo que lucho por ser alguien que no soy.
El ejecutivo de acción ese, por ejemplo.

lunes, 7 de abril de 2008

PERDÓN, UN POCO DE EQUILIBRIO

Joder que día más de puta madre. Hemos paseado por el paseo del río toda la mañana. Hemos hecho el amor entre unos arbustos, nos hemos confesado cosas que pensábamos que nunca nos íbamos a confesar… Hemos comprado un helado de chocolate, se lo hemos estampado a una niña en la cara y hemos salido corriendo. Nos hemos descojonado porque la niña se ha puesto a llorar y su madre no ha podido callarla. No somos malos. Estamos enamorados y hacemos cosas de esas. ¿Quién nos puede culpar?

Y después hemos cogido un avión y nos hemos ido a Malibú. Hemos visto los cuerpos hermosos y morenos de las chicas y los chicos y después hemos tenido fantasías sexuales. Yo se las contaba a ella. Ella me las contaba a mí. Joder sí, jugábamos y esas cosas que se hacen con los cuerpos. No todo es penetración. A veces es imposible. Hemos inventado palabras para decir masturbación. Crucisexión. Intersexión. Manibración. Dedaísmo. Ese juego no nos ha gustado y hemos pasado a otro. El de matar a la gente. Hemos comprado una pequeña pistola y hemos matado a una abuela de un tiro en la cabeza. Ella ha querido cortarla y llevársela a casa. La tenemos puesta encima de la mesa, con una vela encajada en el agujero de bala que tiene en el cráneo. Cuando encendemos la vela la cera le resbala por la frente y empieza a tapar los ojos abiertos y muertos de la abuela. Cuando llega a la boca arrugada y se mezcla con el carmín de los labios la cera se vuelve rosa. Ella se ríe. Es una chica maravillosa. Está un poco loca pero estoy enamorado de ella hasta las trancas.

Ha sido el mejor día de mi vida. Hemos bebido sangre y nos hemos contagiado el SIDA pero mejor, así ya no tenemos por qué tomar precauciones para nada. Follamos sin condón. Ella me ha dicho que si se queda embarazada le dispare a la tripa, y yo le he prometido que así lo haré. Nos miramos a los ojos. ¿Me lo prometes de verdad? Sí, te lo prometo de verdad. Sus ojos se acercan más y más, y yo lo que siento es inexplicable. Inexplicable de verdad.

El amor contradice todo lo demás. Yo sigo la lucha, y ella en el fondo también.

jueves, 3 de abril de 2008

RUEDO

Ruedo por la cama y caigo al suelo. No sé por qué he hecho eso. Miguel está despierto y se sienta en el borde de su lado. Bosteza. Me pregunta que si estoy bien y le digo que sí. Suena el despertador. Es el segundo día que nos despertamos antes de que suene. Miguel se levanta por fin y se va al baño. Cierra la puerta. Yo me levanto del suelo y voy a la cocina. Cojo un par de tazas, las lleno de leche y las meto en el microondas. Son las siete y media, aún es de noche pero se oyen coches en la calle. El mundo está en pie. Me siento en la mesa y miro el contador. Le queda aproximadamente minuto y medio para pitar. Miguel sigue en el baño. Espero. Un segundo antes de que pite abro la puerta. La vida está llena de pitidos. Me gusta luchar por ahorrarme todos los posibles. Pongo la radio. Miguel entra en la cocina y se sienta a mi lado. Me pone la mano en la pierna y vuelve a bostezar. Huelo su aliento, y casi sus manos. Hemos desarrollado un olor corporal mutuo. Olemos igual. En la radio están sonando las noticias. El locutor cuenta que un hombre ayer se dejó a su pequeño bebé metido en el coche seis horas en un parquing al aire libre. Cuando volvió se lo encontró asfixiado. Esta mañana han encontrado al hombre muerto, y no saben si se suicidó o lo mató su mujer. Miguel me pregunta que hubiera hecho yo si él se hubiera dejado a nuestro bebé en el coche. Yo le digo que eso a nosotros nos da igual porque no pienso tener hijos. ¿Por qué no? Me dice. Porque no quiero, me parece absurdo. Miguel bebe lentamente su café y mira a la pared. Una pared fea. Después se enciende un cigarro y el humo que expulsa contra la pared rebota y me pega en la cara. Por eso, le digo, porque fumas, porque bebes, porque no eres un padre. Me dice que le da igual y que ya no quiere hablar de esto. También me dice que ayer le hice daño. ¿Has tenido problemas? Sí, por eso se ha tirado tanto tiempo en el baño, porque tiene el culo destrozado. Le digo que lo siento. Miguel se termina el café de un trago y tira la colilla en la taza. Sabe perfectamente que hay pocas cosas que me duelan más que eso. Le oigo volver al baño. Tiene que estar exagerando. Me levanto y me acerco. Llamo a la puerta. He puesto el cerrojo ¿Por qué no me dejas pasar? Porque no quiero. Lo siento, no quería hacerte daño. La próxima vez lo pruebas con tu puta madre. Creo que está sufriendo de verdad. Me siento muy mal. Dejo caer mi culo en el suelo y apoyo mi espalda en la puerta.

- Hay veces que tú también me has hecho daño a mí.
- Quiero tener un hijo.
- Yo no.
- Pues entonces…
- ¿Entonces qué? ¿Te buscas a otro que lo quiera adoptar o lo adoptas tú solo?
- Lo adopto yo solo y luego me busco a alguien que lo quiera cuidar conmigo.

La voz de Miguel suena angustiosa metida dentro del baño. De pronto la puerta se abre un poco empujándome, Miguel lanza sus calzoncillos e inmediatamente vuelve a cerrar poniendo el cerrojo. Casi no me da tiempo a reaccionar. Cojo la prenda y la miro. Tiene pequeñas manchas de sangres, nada grave.

- No es para tanto.
- A lo mejor fumo demasiado pero yo nunca me dejaría a un bebé encerrado en un coche.

martes, 1 de abril de 2008

NOCHE DE GALA

Whisky en mi estómago. Yo siempre digo que prefiero el bourbon. El scotch me sienta peor. Viva el southern rock y las rubias con sombrero en salas de billar protegiendo a sus hombres de amenazas.

Hay quien dice que hablo mucho de mí. Joder es la única persona que conozco. A los demás los veo en otras dimensiones, y soy sincero con ese sentimiento. Pero qué mierda. No siempre se pueden contar historias, aunque se debería. A veces lo mejor es hablar de uno mismo, aunque sea para uno mismo.

Ilusiones frustradas. Uno se da cuenta de quien manda y de cómo sus caprichos destrozan las ilusiones de los demás. Qué coño, vivimos en un mundo injusto. Los que se lo merecen no reciben los premios. Los niños en África se mueren de hambre. Yo redescubro los sentimientos. Es un mundo injusto. Putos desequilibrados. Dejadme en paz. Sería feliz si no sintiera nada. Que le jodan a eso de entre el dolor y la nada prefiero el dolor. Soy un niño feliz. Sonreídme. Lo tengo todo. Soy un niño feliz, me lo han dado todo. Quiero algo que no me hayan dado. Quiero darme algo a mí mismo.

Relatos, no me jodas. Historias, vete a la mierda. Eso es. Principio nudo y desenlace. Chico conoce a chica. Ciudadano Kane y Rosamary Baby.

Ahora sí que puedo decir lo que quiero. El único afectado soy yo. Iba a colgar un relato de un estudiante de periodismo. Una especie de sátira hacia todos los que quieren ser lo que yo no quiero. Egoísta, y triunfalista. Más egoísta y triunfalista que esto nada. Pero bueno, más sincero tampoco.

Antes de vomitar yo me desnudo, ¿y tú qué haces? Antes de vomitar me pongo hasta el culo. ¿Tú qué haces? ¿Meterte en la cama? Yo no tengo sueño. Y le voy a dar a enviar o lo que sea, o publicar, o lo que sea, o esa especie de trampa que nos engancha a la red. Y si me quiero morir, aunque no tenga ningún motivo, aunque sea una puta reminiscencia de la adolescencia, pues lo voy a decir. Y si tengo que decir cualquier otra cosa, la quiero decir. Y luego lo leeré, y diré, yo no quería decir esto. Pero es que coño, si nadie me entiende así entonces debería dedicarme a otra cosa. Algo en lo que pueda decir basta, ahora sí, ahora no. Ahora voy a ser el tipo que te vende la moto, y luego no, luego voy a meterme en mi mierda y que me saquen otros.

Ser fácil para mí es aburrido. Si yo me divierto conmigo, es suficiente. Si tú no te diviertes conmigo entonces debería dedicarme a otra cosa. Aún hay tiempo para rectificar, para venderse, para tirar las ilusiones a la basura en festivales de mierda donde aún se sigue premiando la ecología. Qué nos pasa. Piénsalo, yo lo pienso. Lo pienso mientras espero a un autobús nocturno en una calle vacía. Qué nos pasa.

lunes, 24 de marzo de 2008

Amor de mentira. Amor enfermo.


(Quizá es un poco largo, para sacar algo quizá no hace falta leerlo entero, ni de principio a fin. La verdad es que no es un texto para un blog. Ya sé que en la red no hay mucho tiempo, pero bueno, invito a coger un párrafo al azar, o lo que sea)

(...)

- Esto es otra cosa. Estoy contando una historia. Cuando cuentas una historia no te limitas a contar la realidad. La inflas con lo que quieres para que los demás la sientan como tú la has sentido. Es lo que diferencia a un telediario de una película, o a una novela de un periódico. Ambos son reflejos de la realidad. Unos exactos, entre comillas, y otros sentidos, también entre comillas.

Y nos quedamos dormidos. Una pena que las últimas palabras se las lleven los periódicos, los telediarios, las novelas y las películas.

El sol nos despierta. Se nos había olvidado bajar la persiana y todo lo que teníamos lo hemos perdido con la luz del día. Se lo digo y ella se da la vuelta y me abraza. No tiene mucho sentido. Me levanto y voy al baño a mear. El sonido de mi meada golpeando contra el agua del retrete es una buena de forma de darme cuenta de quién soy y donde estoy. De repente ella aparece en el baño desnuda, horrorizada. Se da cuenta de que hay un montón de luz y puedo ver todas sus imperfecciones y se cubre los pechos con los brazos (lo cual es inútil porque llevo toda la noche besándolos y nada ni nadie va a borrar ese recuerdo).

- Esta noche me ha bajado la regla.

Levanto mi mano derecha.

- Ya lo sé. Tengo las manos llenas de sangre.

- ¿Ya te habías dado cuenta?

- Sí.

- Tienes manchada la cara también. Y el cuello.

- Sí, pero no me importa.

- Tienes las sábanas manchadas también.

- Tampoco me importa.

- Ni si quieras sabes como me llamo.

- Tampoco me importa.

Salgo del baño y dejo que se duche. Voy a mi cuarto y observo las sábanas. La almohada también está manchada, pero no entiendo muy bien por qué. No pasa nada. Te cuento un secreto. Es una de mis perversiones.

Minutos después sale del baño y se pone las bragas y un vestido azul.

- ¿Te vas?

- Sí, qué quieres que haga.

- Que te quedes.

- Has dicho que no te importa.

- Yo no he dicho eso. Bésame.

- Tienes la cara manchada de sangre.

- Si a mí no me importa a ti tampoco te debería importar. Al fin y al cabo es tu sangre.

- ¿Seguro que no te importa?

- En absoluto, todo lo contrario.

- Eres un poco raro, pero me gustas.

Me empuja en la cama y empieza a lamer mi cara. La sangre se mezcla con la saliba y el olor es excitante. Después nos besamos. Nuestras lenguas se hacen un lío. No nos importa la suciedad de nuestras bocas, el sabor de una noche entera follando, la intimidad abrasada en dientes y encías.

- ¿Te gusta?

- Me encanta.

- ¿Quieres comérmelo?

- Sí.

(…)

Seeing other people. La música terminó hace mucho tiempo, pero tenemos todo lo anterior. Salgo de mi letargo como guionista trágico dramático de vidas familiares y ahora hablo con total libertad. Vino en los vasos y besos con queso. Alguna vela y una cama gigante en una habitación minúscula. Casi es imposible abrir la puerta por el colchón. Todo lo inhunda la cama y como consecuencia todo lo inhundamos nosotros. Felicidad es una palabra que pesa mucho pero puede llegar a tener un significado real en algunos momentos. Este es uno de ellos. Con menstruación o sin menstruación follamos como animales y ahora descanso para fumarme un cigarro y beber un poco de vino. Ella está encima de mí. Todavía no me he salido, sigo dentro. No usamos condón porque ella toma la píldora y ambos confiamos en los resultados de los últimos análisis del otro. No es sexo seguro pero es sexo seguro. Se lo digo y se ríe. Soy bastante inútil haciendo bromas pero eso hace que ellas se rían de lo tonto que soy y el resultado es prácticamente el mismo. Jugamos a estar enamorados como dos tontos. Temo que no signifique nada para ella pero desde luego este no es el momento para preguntar.

- Me gusta tenerte dentro de mí. Me gusta sentirme mojada por dentro.

- ¿Sientes algo por mí?

Joder. Por qué.

- No lo sé. Es un poco pronto. Pero me gusta que estés aquí, y que no te vayas a ir. Y eso ya es algo. ¿No?

- Sí.

- ¿Qué pasa que tú sientes algo por mí?

- Te echaba mucho de menos. Sólo era eso.

- Es normal. Tenemos algo, no sé el qué. Algo que hace que parezca que nos conocemos y que tenemos mucha confianza. Por eso me echas de menos. Porque esto no pasa casi nunca.

Esto sí que es imposible. Nos miramos. Ella se mira el coño y empieza a cerrar los ojos y abrir la boca.

- No me lo puedo creer.

- Yo tampoco (le digo)

Ella se empieza a mover ante la erección repentina, lentamente, animando a que termine de levantarse. Yo casi no puedo moverme. El dolor recorre mi cuerpo, pero es un dolor que me llena hasta dentro y que me recuerda que estoy vivo. Es el dolor de la vida, un dolor que se agradece cuando no queda nada. Estamos follando otra vez. El semen que hay dentro de ella hace de lubricante y tan sólo siento unas pequeñas cosquillas que soy incapaz de ignorar. Son unas pequeñas cosquillas placenteras que obligan a mi torso a arquearse y buscar la respiración sobre los pechos de ella, que se bajan para ahogarme. Meto en mi boca sus pequeños pezones y ella aprieta mi cabeza fuerte contra su pecho. Quiero ahogarme. La punta de mi polla choca brutalmente contra su fondo y hace que se estremezca y me busque la boca con los labios. Es el mismo sabor a saliba, a boca sucia, a labios partidos y heridos por una larga mamada, a dientes clavados en las encias y uñas que buscan surcos imposibles en la espalda. The times they are a-changing. Acordes potentes para un polvo que se hace cada vez más violento. Grita con fuerza y sacude mi cabeza, pero aún no se ha corrido y salta sobre mí golpeando mi cabeza contra el cabecero de la cama varias veces. A punto estoy de desmayarme pero el placer me mantiene despierto y la adrenalina me da oxigeno para seguir follando. Más rápido, más rápido, se apoya hacia atrás y mueve el culo sobre mí a una velocidad que me asusta y me coge una mano y me mete uno de mis dedos en su culo y dice que apriete fuerte y empieza a sentir convulsiones y yo empiezo a perderme en un mundo que casi desconozco si me preguntan por mi nombre no sé cuál es y desde luego casi prefiero olvidar todo. Grita con muchísima fuerza y con un sonido que yo no había oído nunca y me parece que se va a morir y justo ella me dice me voy a morir me voy a morir y de repente se corre brutalmente y me empapa y antes de que pueda decir nada se levanta baja hasta mis piernas y empieza a comerme la polla. Noto que aún siente convulsiones y además sigue gimiendo como si la hubiera poseído un diablo, gemidos guturales con la boca llena que inhundan la habitación de sombras oscuras y ecos antinaturales. Es un ambiente muy oscuro y no vuelvo a la realidad hasta que termino de explotar en su boca. Ella sube hasta mí y empieza a besarme y nos fundimos en nuestros propios fluidos hasta que no queda aire ni pasión ni nada y poco a poco empezamos a morirnos hasta que no nos queda saliba en la boca y nos tumbamos e intentamos reconstruirnos buscando nuestras piezas entre las sábanas. Me llevo la mano a la parte anterior de mi cabeza y descubro sangre en mis dedos. Me giro y veo una mancha de sangre en el cabecero de la cama. Fundido a negro.

Joder, un hospital. Me quiero hundir en la mayor miseria y morirme. ¿Por qué no estoy muerto? Mi madre, mi padre, y mi hermano. Algún agente vestido de negro. Una habitación blanca tan real como la vida misma. ¿Por qué no estoy muerto? Mi madre me mira llorando, se lo digo a ella, en voz alta, con la cara muy seria, lo más seria que puedo y debe asustarla porque me acabo de despertar de una especie de coma o algo así.

- ¿Por qué no estoy muerto?

- ¿Qué dices hijo?

- Quiero estar muerto.


(...)