sábado, 5 de noviembre de 2011

Sobre mi visita a la fábrica de ladrillos


Sobre las personas que nos juntamos. Nos queremos. Yo estaba en un lugar extraño. Una fábrica de ladrillos. Y delante un pequeño estanque. Las gaviotas pasában volando por encima de mi cabeza y yo tenía miedo de que me cagaran encima. Un chico que cruzaba el puente se tocaba la cabeza. La víctima no era yo. Y hoy en Madrid leía a Sándor Márai en la línea uno. Las parejas nos juntamos para distinguirnos. Dos seres humanos que se juntan para buscar el detalle, lo que nos separa de la existencia común de todos los seres humanos, que somos asquerosamente iguales. Y me he acordado de ese momento. Yo esperaba a que ella saliera de clase. Y eran sólo dos horas. Dos horas para buscar el detalle. Si ese detalle me abandona, lo buscaré en otra persona, pero tardaré mucho tiempo. Tiempo infinito para buscar el detalle. El detalle que nos distingue de otros seres humanos que son iguales que nosotros. Somos una pareja para encontrar la diferencia. El odio, la resignación, el amor. La búsqueda de una diferencia. Hoy mientras leía en el metro pensaba en estas cosas. En lo que significaba dos, y no uno. En lo que he sido siendo uno, en lo que busco siendo dos. El detalle. Esa mínima experiencia, ese momento único. Que puede ser un gorro con plumas, un gorro verde con orejas de tela. Un encontronazo al borde del monumento, un abrazo inusitado, un momento de ilustración personal. Pero es un destalle. Lo que nos distingue. Lo que nos hace únicos. No nosotros mismos, la pareja. Y siempre que he compartido una lucha contra la pareja, he sido menos yo mismo. Y ahora soy yo mismo más que nunca, aunque necesite ayuda para superarlo. Para superar que ese detalle supera la normalidad del estereotipo que llevo construyendo para huir del detalle. Yo entiendo ese detalle, quiero ese detalle. Quiero formar parte del cimiento de ese detalle.

lunes, 29 de agosto de 2011

Sobre por qué no respeto el catolicismo.




Ya han pasado un par de semanas. Ya estamos más tranquilos. Ya he esperado a que se me pasara. El problema es que no se me ha pasado. Sigo intranquilo. Sigo lleno de odio. Lleno de odio porque no siento el amor de Jesús.

He discutido muchas veces con algunos amigos míos sobre el respeto. La mayoría de la gente que me rodea piensa que hay respetar el pensamiento del otro. Que tiene que haber pluralidad. Que caben todas las opiniones, que no podemos insultar, humillar o faltar al respeto a alguien que no piensa como nosotros. Estoy de acuerdo con ellos hasta cierto punto. Yo no creo que haya que insultar, humillar o faltar al respeto a determinadas opiniones. Lo que sí creo es que hay que tratar de ilegalizarlas en nuestra sociedad. O por lo menos, lejos de querer invadir el intocable principio de intimidad, prohibirlas en las instituciones que estén reconocidas por el estado. El catolicismo, la Iglesia Católica, y todos sus seguidores, viven en teoría en un estado de ilegalidad porque pertenecen a una asociación que viola derechos fundamentales, trata de atentar contra la salud y no respeta el principio de igualdad. No podemos dejar que asociaciones así existan en un estado democrático. No podemos permitir que existan asociaciones que discriminen a sus miembros por cuestiones de raza o género. Basándose en la tradición esta gente no permite que las mujeres puedan presidir su propia asociación. Imaginemos una asociación entre cuya constitución se encuentre una norma que excluya a las mujeres de poder presidir la institución. O a los negros. ¿Permitiríamos que esta asociación se constituyera en nuestra sociedad? Ya hubo un problema legal en la constitución con este tema, porque el estado describe en el capítulo de las asociaciones, que se constituirán de manera democrática. Y la democracia no es sólo de hombres. Y la Iglesia Católica es una simple asociación. Es grande, sí. Pero es un asociación. Sus ideas sagradas y sus principios milenarios son para ellos, no para una sociedad democrática moderna. No me importan sus razones para creer que pueden hacer lo que hacen. No me importa que crean que les habla Dios, y que aquello en lo que creen es supremo sobre toda las cosas. Aquí cada uno piensa una cosa. No me importan las razones por las que un nazi piensa que un negro es inferior a un blanco. Seguro que pueden argumentarlo, pero en mi país tú no pones un bar donde por principios no dejas entrar a los negros, ni montas una asociación con un estamento escrito donde quede reflejado que los negros no pueden presidir tu asociación. Parece que esto es más grave. Parece que es más grave decirle a un negro que no tiene los mismos derechos que un blanco. La religión católica no deja a las mujeres tener el mismo derecho que los hombres. Pero eso no nos parece tan grave. Nos parece grave que a una mujer se le ampute el clítoris con un cuchillo, pero no nos parece tan grave que ninguna mujer tenga ni voz ni voto en el Vaticano. Y no porque los hombres las marginen, ni porque los hombres se lo pongan difícil. Porque está escrito. No pueden. ¿Vamos a permitir que esta asociación tenga poder en nuestra sociedad? ¿Vamos a respetarles? Yo no respeto ninguna idea que no respete los derechos humanos. Es la única manera de mantener vivo un estado democrático con igualdad de derechos.

Sustituye la palabra mujer por homosexual y hombre por heterosexual en lo que he dicho antes, y llegamos a la misma conclusión.

Lo que ha pasado en Madrid con la visita de Benedicto XVI es por tanto, en mi criterio, muy grave. No sólo han paralizado una ciudad entera durante una semana sin pedirnos permiso. No era una decisión de los madrileños, no venía a vernos a nosotros (eso ha quedado muy claro gracias a las banderas). ¿Por qué nos invaden sin pedirnos permiso? No sólo se ha derrochado mucha cantidad de dinero público en una asociación privada. Lo más grave, lo peor, es que se ha acogido con los brazos abiertos y una cobertura institucional completa (Casa real, gobierno autonómico y central) a una asociación que viola nuestros derechos fundamentales como estado democrático. Si ya llevan toda la vida acogidos en nuestra sociedad, dando clase en colegios públicos y recibiendo sueldos del estado, lo de la visita del Papa ya ha sido como una fiesta de esa violación. Gritan, piden a la sociedad con sus cánticos que no usemos condones cuando sabemos, el estado sabe y lo ha sabido en todos sus gobiernos, que el uso de los preservativos es esencial para la salud pública. No es una cuestión ideológica. Es salud público. Si dijeran que nos comiéramos nuestra mierda en la plaza pública, el estado no les dejaría porque atenta a la salud pública. ¿Por qué dejamos que animen a no usar el preservativo? Que piensen lo que quieran en sus casas, en sus iglesias, en sus congregaciones en el monte, en sus campamentos. Que los padres les digan lo que quieran a sus hijos. Que sean libres como yo en el espacio privado pero en ningún caso podemos acogerles en el espacio público.

Cientos de miles de personas han celebrado durante una semana en Madrid la violación de los derechos fundamentales amparados en el derecho a amar y creer en algo que ni si quiera sabemos si existe, pero que les da el derecho de no respetar la ley que juntos, como estado democrático, necesitamos para una vida libre. ¿Respeto? No, ninguno. No respeto la ablación, ni la lapidación, ni que las mujeres no puedan votar. Cuando hablamos de esos temas hay menos respeto en general. Se dice menos eso de “hay que respetar la opinión y las creencias del otro”.¿Soy un dictador? ¿Soy un radical? ¿Soy un comunista? No creo. No lo soy en ningún otro aspecto de mi vida. Simplemente no me puedo creer, no puedo creer que esto esté pasando. No me puedo creer que más de dos mil años después el ciudadano libre siga sufriendo las consecuencias del cristianismo. No me he confundido. He dicho cristianismo. Continuará.


(Cuidado con los papas buenos como Juan Pablo II. También atentan contra nuestros derechos fundamentales)


miércoles, 10 de agosto de 2011

Su admiración por la suciedad. Primera parte.


Qué bonito cuando se le ocurrían historias. Historias como la de la chica que susurraba al oído del ciego, o la del hombre que quería ahogarse en el mar y siempre salía a flote. Algunas eran divertidas como la de la mujer que se comía un helado, y luego otro, y luego otro, y luego se congelaba y se convertía en una estatua. Tenía a su lado una mujer de veinti pocos años. Le colgaban las tetas con firmeza. Eran pequeñas. Estaba desnuda. Olía a pocos polvos, a pocos hombres. En su mirada se hacía la interesante. Yo he follado mucho decía en su mirada. Él quería que ella creyera que sí, que había follado mucho. Él quería que ella creyera que cada hombre al que se la había chupado era como un enemigo para él. Que a él le importaba. Cuéntame un cuento, le dijo ella. Cuéntame un cuento. Él tenía sueño, tenía un sueño tremendo. No podía pensar. Había contado antes muchas historias. Historias porno mientras masturbaba a sus amantes, historias de amor mientras amaba, historias de duendes y hadas mientras dormía a sus hijos, historias de la vida misma mientras engañaba a sus mujeres, historias de mierda a sus amigos mientras se emborrachaba. Esta noche no. La del príncipe no. La del gato no. La del negro que se ahogaba en el río tampoco. Cuéntame una historia. Voy a hacerme el dormido, pensó. Ella le meneó, él no se movió. Ella se dio la vuelta. Mejor, que se enfade. Que se joda la niña. Mañana se le pasa.

Pero al día siguiente no se le pasó. Ella ya estaba despierta cuando él abrió los ojos. Se había ido a correr. Le pareció una provocación porque él estaba viejo. Él no podía correr. No hagas gala de tu juventud, haz gala de mi juventud, le decía a ella. Bajó desnudo a la cocina y se sentó a esperarla. Cuando ella llegó de correr sucia él hizo un amago de asaltarla. Ella le miró con esos ojos de alarma exagerada que vienen a decir algo así como ni de coña. Él retrocedió y se fue a regar, todavía desnudo. Ella se duchó y se marchó al campo. Le dijo que se iba a dar un paseo. Él se tumbó al sol y se puso a escuchar la cuarta sinfonía de Schumann. Cuando ella volviera y le viera desnudo, escuchando a Schumann, pensaría que es viejo pero es intelectual, es profundo. Trasciende el deporte, trasciende lo físico, trasciende la vida porque está más cerca de la muerte.

Pero ella no vino a comer y él se sentó en su estudio muy desesperado. No podía llamarla porque no había cobertura fuera, y aunque la hubiera, eso no era digno de un hombre de su edad. Llamar al móvil, no. Él no la quería, no quería quererla. Para él era una más, una de tantas, y sabía que eso es lo que la ataba a ella. Él se sentó a esperar en su estudio. En silencio. No sabía qué música escuchar, no sabía qué libro leer. Deseaba saber de ella como había deseado saber de la vida de su propia hija, o incluso más, porque realmente ahora él no sabía donde estaba su hija y le daba igual. Esperó media hora y se le hizo inmensa, se le hizo eterna, y trató de entender qué había podido separarle de ella, y trató de acordarse de algún detalle. Algún detalle como por ejemplo el cuento. El cuento. Era el cuento. Él no había querido contarle un cuento a ella. Él se había durmido. A él no le había importado que ella se enfadara. Pero qué estúpido. Pero qué hijo de puta. Era culpa suya. Claro que era culpa suya. Ahora era estará follándose a algún cerdo del pueblo como venganza, pues claro que sí, actuando impulsivamente como los jóvenes, como los cerdos, menuda puta. Se levantó de la silla y se volvió a sentar. Se quitó la camisa porque tenía calor y su tripa se acostó sobre sus piernas. Cómo puede chupármela a mí, pensó, cómo puede hacerlo…

De pronto se le pasó el enfado. Se relajó. Miró por la ventana. Ella estaba siendo joven. Estaba pensando en la vida. Estaba aprovechando. Para ella era un momento especial. Estaba teniendo una aventura con un hombre que le sacaba más de treinta años. Estaba lejos de su familia, de sus amigos, nadie sabía donde estaba. Nadie lo hubiera aprobado. Estaba pensando. Era bueno que pensara. La juventud no pensaba. No digas eso, viejo. La juventud piensa, claro que piensa. Están en Sol pensando. Bueno, no están pensando mucho pero están en Sol. Ella no estaba en Sol. ¿Por qué no estaba en Sol? ¿Por estar con él? Él no tenía mucho tiempo. Ella no podía desperdiciar el tiempo que él podía dedicarle. Por lo tanto, le quería, algo le quería, le quería por encima de la revolución. Despacio, no pienses tanto. Actúa.

El remedio era muy sencillo. Cogió una hoja y un boli. Hacía años que no lo hacía con este propósito. Intentó recordar una vieja norma. Nunca introduzcas el cuento. El cuento empieza como la vida misma, sin introducción.

Cuando terminó se sintió con fuerzas. Se sintió vivo. Pasó a limpio el cuento con letra clara y lo dobló una sola vez. Subió al dormitorio y lo escondió.

Ella volvió tarde. Estaba contenta, radiante. Decía que había descubierto un pueblo abandonado. Un pueblo viejo sumergido en la maleza del bosque. Un pueblo pequeño, apenas se mantienen en pie la iglesia y un par de casas. Él le contó la historia de ese pueblo y a ella le gustó. Ella le escuchaba. Se sentaron en el patio y él la observó a ella. Si había llegado hasta ese pueblo es porque había andado mucho. Había querido andar sola, había querido ir sola a algún lado, sentir que podía descubrir algo ella sola. Ella llevaba tres días escuchándole a él, aprendiendo de él. Era perfectamente comprensible. Toda explicación racional se desvanecía en el sudor de su frente, en la suciedad de su pelo, en sus manos duras, en alguna pequeña herida de sus piernas, en la humedad de sus pies que acaba de liberar del calcetín y la bota. Ella estaba sentada con pantalones cortos en la silla, las rodillas bien dobladas, el cuerpo echado hacia delante, con postura de hombre, con postura de mujer cómoda, de mujer libre. Ella le contó alguna que otra peripecia. Un corzo decía que había visto. Bien. Tengo una sorpresa para ti, le dijo él. ¿Una sorpresa? Sí. En la habitación. Me ducho y subimos. No, no te duchas, subimos. No, me ducho que estoy sucia. Si te duchas pierde todo el encanto. Ella suspiró resignada. La suciedad era algo que le ponía a él y no a ella, pero bien, adelante, al fin y al cabo era su propia suciedad. A él le importaba una mierda lo que ella pensase. Era su momento y subieron tal cual.


miércoles, 27 de julio de 2011

El tiempo que pasa desde que abre la puerta


Ayer en clase leí un relato de un alumno que empezaba de la siguiente manera.

“En la soledad de la noche pensaba en ella. Un dolor en el pecho. Una angustia. Por primera vez en mi vida pensaba en la sensación de lo que podía ser no tenerla a ella. No tener a alguien. A cualquier persona. Mi visión era muy limitada. Mi estantería manchada por la luz que entraba por la ventana. La luz de la noche, del parque. Una luz a veces blanca, a veces amarilla, depende de cómo la miraras. Y la angustia duraba mucho, como un pie que te aprieta en el pecho. Dudaba si era ansiedad, una patología más fuerte o más seria, y sobre la duda mi angustia se hacía más fuerte. Pero sobre todo una norma, no mirar el teléfono, no mirarla a ella, no mirarla en mis pensamientos, en mis sueños. Y de pronto tenía momentos de lucidez, en los que recobrara la razón y pensaba que en el fondo, tarde o temprano la podía perder, y que esa realidad era más real de lo que quería pensar mi corazón. Me tocaba la polla pensando que a lo mejor, imaginando a otras mujeres, mi ansiedad se calmaba, pero era imposible. Mi ansiedad aumentaba y mi polla no respondía y el único sexo que podía imaginarme era con ella muerta, en la camilla de un forense, sus piernas abiertas y yo encima, castigándome, sobre la propia muerte, muriéndome sobre ella, encaminándome a un orgasmo fatal. No me acuerdo cuando me quedé dormido. Cuando me desperté todo era historia. Una noche cualquiera en mi vida. Una noche atormentado, una noche más. Me juré a mí mismo recurrir a las pastillas de mi padre si esa noche se volvía a repetir, pero sólo me acordé de ellas la noche siguiente, cuando la angustia volvió a coronar mi pecho, cuando mi padre dormía ya en su cuarto, y el hurto de estupefacientes era ya a todas luces una triste misión imposible”.

El relato, claramente, estaba basado en experiencias vitales personales de mi alumno. La imaginación le lleva a uno a imaginar castillos, duendes, árboles mitológicos, tramas detectivescas, terribles asesinatos, o situaciones cómicas imprevisibles. La imaginación es portentosa. Los sentimientos no se imaginan, se sienten, pero el lector necesita imaginación. Mi alumno carecía de ella y se había aprovechado de sentimientos. Sólo de sentimientos. Los sentimientos maquillan las historias, las hacen más bonitas. Son la pintura de una habitación, o los adornos tallados en madera en la puerta de un mueble viejo. Son importantes, pero no se sustentan sin el mueble en sí. El mueble es útil sin ellos, pero ellos sin el mueble sencillamente no existirían. Esto es lo que le dije. Le dije, quiero que me cuentes algo. Le dije, el lenguaje es correcto. Claro que es correcto. El nivel de implicación personal se agradece. Sin ninguna duda buscas que el relato sea único. Pero no me cuentas nada. No me cuentas nada que no hayamos vivido todos. Nadie quiere leer lo que ya ha sentido, lo que ya ha encontrado. A nadie le interesa la paranoia post adolescente, el sentimiento barato, la burla de la madurez. A lo mejor a los que te conocen. A los que te aman, a los que disfrutan de tu amistad. A las niñas adolescentes que quieren follarte, a las mujeres que creen haber encontrado en ti un punto de referencia intelectual. Mujeres porque son mujeres, no porque sean mujeres. Busca en tu imaginación. Y dicho esto me fui a casa. Mi mujer y yo llevábamos casados quince años. Al principio, cuando empezamos juntos, ella creía en mí más que en nadie. Ahora soy su compañero. No cree en mí. Sabe quien soy. No hay ninguna razón para creer en mí. Al principio si ella no estaba por la noche yo me preguntaba dónde estaba, y ella me reprendía mi obsesión, pero jugábamos a eso. Ahora si ella llega más tarde, si ella no llega, que seamos sinceros, no ocurre nunca, yo abro la piernas y me masturbo. Y en el momento en que suena la puerta sé que tengo exactamente veinte segundos para guardarme la polla en el pantalón y rezar para que la erección desaparezca. Veinte segundos en los que, cuando me pasa, que nunca me pasa, recurro siempre a la imagen de mi madre, a sus bragas sucias tendidas en el tendedero, y cuando mi mujer entra de pronto, con suerte la erección ha desaparecido y no tengo que dar explicaciones. No tengo que hacer nada. Dormirme. Sólo con un poco de suerte, un poco de suerte, sólo un poquito de suerte, ella se mete al baño a cagar, y yo sé que en ese tiempo, que dura alrededor de cinco minutos, puedo terminar de masturbarme antes de que llegue.

sábado, 2 de julio de 2011

Buenas noches



Cuéntame. Qué pasa.

Nada. Que estoy esperando.

A qué.

Acabo de estornudar. Dos veces.

Y qué.

No sé.

A qué estás esperando.

A que me escriba.

Para qué.

Para nada.

No te vas a sentir mejor.

Ya lo sé.

Y entonces.

No quiero que me escriba.

Ya lo sé.

Es sólo el calor. El viento. Los grillos en el parque. La gente del parque. Tengo las ventanas abiertas. Esta noche no me sirve para nada.

Vete a la cama.

No quiero.

Por qué.

Me divierte mi propia obsesión. Mi propia obsesión no correspondida.

Eso es contraproducente.

Como todo.

Y qué.

Tengo una edad para este tipo de obsesiones.

Para qué tipo de obsesiones.


Para este tipo. La ansiedad me corroe por dentro. Como una enfermedad. Un tipo de esquizofrenia. Motivada por los celos a lo mejor.

Qué celos.

No tengo ningún motivo.

Trátalos. Como si fueras tu propio médico.

No puedo confiar en mí para eso.

Una pregunta. Si te escribe te vas a sentir mejor.

Que va. Lo espero. Lo espero como una respuesta. Estoy solo en Madrid. No hay respuestas.

Una respuesta a qué.

No sé.

Es un paréntesis.

Y qué.

Vívelo como una historia sin final. La historia de una obsesión corta. Una obsesión corta de dos días.

Necesito una cura rápida.

No existe. No piensa en ti.

No está sola.

Aprende a estar solo.

No quiero. El dolor me conmueve. Ojalá tuviera un amigo.

Lo tienes.

No dentro de mí. Sólo fuera. Y me escucha. Y no me entiende. Cada vez hablo peor. Cada vez me entienden peor.

Eso es estar encerrado en uno mismo. No sé si eres capaz de entenderlo. No si ella es capaz de entenderlo. No si se te permite.

Se me permite ir a mear. Cagar solo delante del espejo. Las torturas de otros me producen aún más ansiedad.

Libérate de esa ansiedad.

Hoy no voy a terminar de verla.

El qué.

La película.

Qué película.

Esa peli. La que me recuerda a la mierda en la que estoy metido.

Párala.

Ya la he parado.

No vuelvas al salón.

Tengo que apagar la luz.

Vas a ver la imagen congelada. La imagen de un tipo desesperado. Dando vueltas. Ha tirado del cable del teléfono.

Mi teléfono no tiene cable.

Mejor. Porque no vas a ningún sitio.

Ya lo creo.

Te quedas aquí.

Aquí me quedo.

Disfruta de tu obsesión. Como si fuera parte de la vida. Y no mires el salón desde el baño mientras estás cagando. Es tu salón. No es un sueño. No es otra ciudad. No es otra casa. No es otra vida. No es otro tú.

No necesito que me hables más.

Vale.

Adiós.

Adiós. Si voy al salón a apagar la luz no voy a mirar la tele. Todo me lleva a ella.

Sólo me imagino tu cara de tonto. Tu cara de tonto cuando te diga buenas noches.

domingo, 29 de mayo de 2011

Una ducha de agua fría


Extraña sensación al lavarse las manos. Acababa de venir de tirar la basura, el triste paseo de los domingos empapado esta vez por un calor soporífero y cubierto por nubes grises. Tenía las manos calientes. En el espejo del ascensor se había visto despeinado. No se había duchado todavía. Su piel tenía una lámina transparente de grasa. Había estado abrazando a una chica el día antes. Había estado besándola. Le había metido la mano por debajo del pantalón. Sus brazos estaban llenos de eso. Y de repente se le ocurrió mear, y sintió que era debido lavarse las manos después, unas manos que llevaban sufriendo demasiado tiempo, y que las bolsas de basura habían maltratado también a su manera. Metió las manos debajo del grifo y el agua fría las despertó. Aumentó la presión del agua y mojó también los brazos. Se llevó las manos a la cara para sentir el frío también en los ojos y la boca. Se quitó la camiseta y abrazó su propio cuerpo con los brazos empapados en agua fría. Se desnudó y se lanzó a la ducha. Puso el agua muy fría y se metió debajo. Su piel se puso dura y su cabeza se vació de pensamientos durante un segundo. Luego de repente pensó en aeropuertos, pensó en países diferentes. No sabía por qué. Pensó en lugares fríos. Pensó en mujeres frías, en manos frías. Pensó en masturbarse pero era imposible. Estuvo pensando un rato, tratando de recordar si recordaba algún tipo de polvo frío. Le costaba recordar y se mezclaban en su cabeza polvos que en realidad no eran fríos sino que habían sido fallidos o poco satisfactorios. Ese tipo de pensamientos negativos no encontraban asilo en el agua fría y decidió que era hora de cambiar de rumbo. La chica que había besado la noche antes tenía los ojos saltones y el pelo sucio. Pequeña, poco atractiva, pero deseosa de follar como una montaña de piernas peludas. Eso era lo que le había atraído de ella. En cualquier otro momento habría sucumbido. Habría escuchado, habría vuelto. En realidad sabía que lo que le había jodido el polvo era no haber tenido dinero para un taxi. Ese tipo de calentones no sobreviven nunca un autobús nocturno. No puedes caminar con la chica hasta Cibeles, no puedes sentarte con ella en una acera, esperar diez minutos, que llegue el autobús, entrar dentro, esperar a que arranque, y luego los quince minutos hasta tu casa. En total pasan a lo mejor más de cuarenta minutos. Cuarenta minutos en los que piensas. Piensas y la ves. Tienes que verla. Y todo a tu alrededor es un error. La gente a tu alrededor ha bebido demasiado. Un tipo abre una mochila y vomita dentro y te mira increpante. O lo peor, un amigo del barrio, un conocido que ha bebido mucho y tiene ganas de saber de ti porque ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vio. Y mientras tanto ella a tu lado. Te mira, te quiere besar. Ya la has besado antes y has querido follar con ella. Pero poco a poco estás dejando de querer follar con ella, y el camino es largo, y sabes que una vez que arranque el autobús estás perdido, que tarde o temprano llegarás a casa con ella y que tendrás que hacer un esfuerzo por volver a recuperar la pasión que había en el bar. Pero tu casa no es un bar. Es peor que cualquier otro sitio. Es la casa de tus padres. Un espacio de intimidad invadido por tu vida, por tu infancia. Cuando algo ocurre en esa casa es porque hay algo más, siempre hay algo más. Todo esto había pensado en el autobús la noche antes, y todo esto recordó en la ducha de agua fría. Tres paradas antes de llegar a su casa había esperado a que saliera el último pasajero y aprovechando su cercanía a la puerta, había saltado fuera del autobús justo cuando se cerraban las puertas y había corrido. Había corrido en dirección contraria. Había corrido hasta que se sentía seguro y se había sentado en un banco. Había recordado una frase de un buen amigo, un buen hombre mucho mayor que él que le había contado con nostalgia como se follaba en su época hippie, todos con todos, con las mujeres abiertas de piernas en los parques, y él las había imaginado como hermosas succionadoras de penes al estilo de las prostitutas de Fellini. Pero eso le había deprimido. Le había deprimido porque estaba seguro de que poco a poco, según se iba haciendo más viejo, iba perdiendo su ambición sexual. Y esa chica de ojos saltones que había dejado sola y perdida en un autobús hacia Valdebernardo, esa chica que probablemente ahora estaría llorando de rabia, esa chica que no tenía su teléfono y que iba a tardar entre pitos y flautas una buena hora en volver a su casa, fracasada, podría haber sido un buen objetivo de diversión aquella noche, y él había huido, había huido de ella de la manera más cobarde. Trató de encontrar consuelo bajo la ducha. Comprensión humana. Revisitó mentalmente el amor líquido y le pareció que era pobre para esta situación.

Se secó y se vistió.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Carta


Mi señorita, amada mía, donde quiera que estés:


Llevo un rato tumbado en mi cama con bolas de pimienta dando vueltas por mi cabeza y escuchando un contrabajo que cuando entra me mata. Se me ha ocurrido una historia pero he pensado que era demasiado tarde para levantarme y escribirla. Además es inmoral. Además es inmoral porque es la historia de un hombre borracho que va a la playa con su mujer. Su mujer y él ya no se quieren. Me recuerda al sueño que tuve el otro día. El otro día tuve un sueño en el que entrevistabas a la Princesa y al Príncipe en un bar de Vicálvaro. Mi hermano estaba allí y llamaba a mi padre para contárselo. Tu nuera está entrevistando a la Princesa y al Príncipe. A mi me salía mi odio republicano y no hacía ningún esfuerzo por respetar tu trabajo. Creo que en el sueño ya no nos queríamos. Como el borracho que lleva a su mujer a la playa. Ella está enfadada con él porque ha bebido mucho en la comida y ha cogido el coche pero él va despacio. Cuando llegan al mar él para el coche, saca a su mujer y la tumba encima de la arena. Qué haces. Follarte. Él le baja las bragas a ella y le aprieta fuerte con los dedos en el coño. A ella le gusta. Luego se ocupará de la arena. Ella deja que su cabeza toque la arena y él la penetra fuerte. El olor a alcohol de él entra fuerte en la boca de ella. Las olas se escuchan como su respiración y ella las confunde. Él tarda en correrse. Ella se cansa y le empuja. Después camina hacia el mar y pone los pies en el agua. Ella sí se ha corrido. No le importa él. Es un imbécil. Lo que importa es ella y el mar, y todo lo que ella ha vivido. Ella no quiere que él se acerque, y como si tuviera poderes, él no se puede levantar. Ella mira el mar como si hubiera algo, como lo miramos todos. Espuma y arena.

sábado, 14 de mayo de 2011

Lo que se va por el desagüe

En el preciso instante en que pensaba en qué estaba haciendo mi madre tanto tiempo en la ducha, escuché un golpe fuerte que venía del baño. Con la puerta de mi habitación cerrada, me encontraba yo haciendo el amor con Marta, un acto que parecía interminable y que deseoso de terminar, cada vez se me hacía más tedioso. Marta no se había dado cuenta del golpe porque yo estaba respirando en su oreja, una técnica que me permitía escapar de su boca cuando era demasiado pesada y sacaba la lengua con demasiada grosería. Yo seguí encima de Marta esperando a que mi padre, que estaba en el salón, tomara cartas en el asunto. El caso es que mi hermano le había regalado por Navidad a mi padre unos cascos que aislaban del ruido, y cuando se los ponía no escuchaba nada que no fuera música. Nada de nada. Aunque le hablaras a dos metros, aunque le gritaras en sus propias narices. Si su lectura era suficientemente interesante como para no levantar la vista del libro, era imposible que se diera cuenta de nada, y estaba leyendo Historia de un Estado clandestino. Mi madre pasó seis días en el hospital. La mitad de la sangre de su cuerpo se escapó por el desagüe de la bañera. Yo tardé muchísimo en irme encima de Marta, algo no muy normal en mí, pero estaba pensando en otras cosas, y aunque seguía dentro de ella porque ya casi estoy amoldado a su interior, empecé a ablandarme y a no sentir nada. Discutiría sobre esto más tarde, pero la discusión no llegaría a ningún lado.

Como no llegó a ningún lado el texto que escribí el otro día cuando me desperté. Porque no era un relato. La noche se fundió en un recuerdo inconcreto. La publicación gratuita de mi asquerosidad más sucia. La chica no leyó el relato. Mis manos inocentes no llegaron a su alma. Mejor así. Recuerdo una frase. No valía mi imaginación trasnochada, ni el olor en las manos. Ni el consuelo de su culo, su huella en mis dedos. Y en una emboscada de sentimientos, me puse a imaginar su olor. Google censuró mis recuerdos haciendo que pensara un poquito en lo que estoy haciendo, que no es sano, ni es nada. Los protagonistas de la calle en mi vida privada tienen poco espacio, pintan muy poco. Y cuando trato de forzarlo se derriten a la fuerza. Las palabras coño, culo, etc… me salvan de un romanticismo muy poco en boga. A Julio le parece interesante que un texto sobre un pobre hombre que se niega a olvidar, quede condenado a la desaparición en la red, a la desaparición en todas partes. Yo lo había dado por perdido, y no pensaba recitar de memoria a nadie, ni volver a hablar con nadie sobre el asunto. Lo tenía muy asumido, había asumido el golpe certero de Google. Había asumido la desaparición de mi texto sobre esa noche. Mucho mejor, pensé. Mejor para ella y para mí. Pero sobre todo bueno para mí. Por eso esta mañana, cuando me he levantado y me he encontrado con que el relato había vuelto a aparecer, me lo he cargado yo solito, esta vez intencionadamente. Sin embargo, cosas que le contradicen a uno, lo he copiado y lo he guardado, por si acaso. No vaya a ser que…

lunes, 9 de mayo de 2011

La humedad de María


Los esclavos se alimentan de pan, y el barco es inmenso. Mientras camino echo un vistazo a los camarotes. Ellos tienen los brazos sucios, las manos llenas de heridas, las uñas negras. Ellos me miran muertos de hambre y yo acaricio el borde de las mangas de mi chaqueta de pana. Es una chaqueta marrón que he llevado siempre y que se está desgastando. Es una chaqueta que me ha acompañado durante años. Pero es una chaqueta que luce. El barco no es mío. Yo sólo trabajo allí. Mi secretaria se llama María y siempre me espera en mi despacho con las gafas puestas. A ella no le gusta trabajar en el barco porque el barco se mueve. Siempre lleva mucha ropa. Me gusta que lleve mucha ropa. Desde que mis manos buscan hundirse entre sus piernas hasta que entran en contacto directo con su humedad pasan al menos dos o tres minutos. Dos o tres minutos de búsqueda interminable en los que ella siempre me mira a los ojos de la misma manera. Mientras mis dedos buscan su piel ella abre las piernas. No me ayuda, nunca me ayuda. Estoy seguro de que a ella le gusta la ceremonia también. María no se quita las gafas. Hay tanta ropa que mis manos se enredan y a veces me pierdo. Es lo mejor que me podía pasar. No tenemos nada que beber. Si consigo entrar dentro de ella me desespero. María siempre se empapa. Se empapa de una manera especial. Hay tanta humedad dentro de ella que a penas siento nada. Necesito que ella me empuje dentro, hasta dentro, y sólo entonces, cuando llego al fondo, siento algo. Y luego cuando salgo del camarote noto como su humedad ha llegado hasta mis pantalones, que casi voy goteando, dejando mis huellas por el suelo como un caracol.

Cuando subo a cubierta los esclavos buscan mis huellas. A ellos les recuerda a cuando eran libres. Se tiran sobre el suelo y huelen mis huellas, chupan mis huellas. Es un espectáculo deplorable. Sus uñas, sus brazos, sus manos, sus huesos y su piel. Lo he hablado con el capitán. Sería mejor matarlos. La humedad de María les mantiene vivos, me ha dicho el capitán, y les necesitamos vivos hasta que lleguemos a tierra.

miércoles, 27 de abril de 2011

Mi condena

Tiene los ojos pequeños. Creo. No siento el mismo olor en las manos. En el cuerpo. Razonablemente, es insensata. Se me escapa. Pocas veces arriesgo tanto, y sin embargo, solo puedo mirar. Hoy por ejemplo, un hombre en el ascensor me hablaba de ella. Recalcamos entre los dos su silencio puro, su inocencia particular. El hombre me olía las manos y me decía que no le recordaban a ella. A mí tampoco. Ni en las marcas de los dientes. Luego salimos a la calle juntos. Me pidió que le hablara de otras mujeres. No se me ocurría ninguna. Me decía que tenía un amigo que le habló de algo de eso. De que no quería sentirse así por nadie. Que se vaya, le dije yo. Sí, claro, que se vaya. Y seguimos andando.

Si yo hubiera entendido eso, no hubiera pasado lo que acabó pasando.

Cuando hablo con mi novia utilizo otras excusas para que no sepa que estoy pensando en ella. Por ejemplo, le digo que hace mal tiempo. Hace mal tiempo, me siento raro. El frío, el calor, se junta todo y me duele un poco la garganta. O por ejemplo le digo que ha pasado algo chungo en el curro. O el tema de que quiero algo mejor para mí. Utilizo mi futuro como una excusa. Las mismas cosas que utilicé con la anterior cuando la conocí a ella. No sé cuál es la evolución, si es una manera de vivir, o de pensar. Ahora mismo no quiero pensar en otra cosa que no sean mis manos. Mis manos están libres de todo lo demás. No huelen a nada.

domingo, 24 de abril de 2011

Papá hacía bromas con los anuncios de la radio


La lluvia caía inmensa. A mi derecha una personita sufría. Le daba miedo. Delante de mí y la personita de mi derecha, papá hacía bromas con los anuncios de la radio. Mamá hacía uso de una pequeña manta y una almohada para dormir. Papá había estado sujetando su mano mientras conducía casi todo el camino, pero de pronto se había dado cuenta de que la mano se había quedado muerta y cuidadosamente, le había buscado un lugar seguro donde reposar, y había devuelto la suya al volante. La había sentido vacía, su propia mano. Un extraña sensación de libertad que se había multiplicado con la lluvia. Creo que eso es lo que asustaba a la personita de mi derecha. Papá se enfrentaba a la lluvia con las manos vacías de mamá, que hacía tiempo que no se enteraba de nada. Yo recogía los detalles cuidadosamente e iba componiendo el cuadro. Si había un anuncio gracioso papá lo comentaba, pero lo hacía sólo para mí y la personita de mi derecha. Yo sé que su cabeza estaba en otro sitio. Yo respondía a papá pero mi cabeza estaba en otra parte. Mi mano apretaba la mano de la personita de mi derecha. Ella no correspondía a mi mano de la misma manera. No hubiéramos podido engañar a nadie. Estábamos jodidos los cuatro. El coche no se estrelló pero si lo hubiera hecho, yo hubiera sido el único superviviente. Era el único que podía ver el dibujo completo. El único que estaba tratando de hacer un esfuerzo por verlo. Eso me hacía odiarles a los tres. La personita de mi derecha no me miraba. Que no me mire. Mi madre no se despertaba. Que no se despierte. Que duerma para siempre. Cobarde. Mi padre hacía bromas con los anuncios de la radio. A mí no me engañas. Mi padre soñaba con estrellar el coche. Cada gota de lluvia era una excusa. La personita de mi derecha solo veía el peligro en la lluvia. Solo en la lluvia. Mírame.

domingo, 17 de abril de 2011

Cuando me pongo frívolo


Así que estoy en un parquecito. En la terraza de un parquecito. Y veo mi bici aparcada con dos candados diferentes. Y veo muchas otras bicis. Y veo mujeres hermosísimas sentadas en la terraza. Pienso en quiénes son, de quién se enamoran, cómo son cuando hacen el amor, cómo son cuando quieren a alguien. Una especialmente me parece muy fría, muy insípida. Habla con otra amiga suya. Parecen dos europeas muy independientes, con la cabeza muy sentada. De estas mujeres de película francesa con muchos estudios pero que no se sabe muy bien en qué trabajan. Una de ellas es rubia con los labios gordos. Tiene todas sus expresiones calculadas, trabajadas, no se le escapa nada. Pero venga, no me jodas, ¿qué le pasa a esa cara cuando se enamora? ¿qué le pasa cuando se siente unida a alguien, cuando abraza a alguien en la cama? Intento buscar un síntoma de debilidad y es casi imposible, pero de pronto, de pronto me acuerdo de una chica que conocí en Madrid. Una chica de una belleza espectacular con una muralla construida a su alrededor difícil de atravesar. De pronto me acuerdo de que alguna vez he pensado en cómo sería ella, si sería superficial en la cama, si sería superficial en todo. Me encantaría atravesar esa barrera en la intimidad de las personas. Ahora, en este café. Las parejas hablan con muy poca profundidad. Sienten el público por encima de sus hombros.

Me acabo de acordar de una historia muy curiosa que me contaron en la tele. Me la contó un redactor de un programa de televisión sobre vacas, cerdos, piensos, mundo rural en general y la Ministra de Agricultura, Medio Ambiente y no sé qué. En este momento preciso en que estoy viendo a esas mujeres en la terraza y me las estoy imaginando desnudas con sus parejas, y amándolas con fuerza, me acuerdo de esta historia sobre un total de una entrevista a un pastor. ¿Cómo se llamaba el hombre? No me acuerdo. El caso es que este redactor estaba haciendo un reportaje sobre el turismo rural de una zona montañosa del norte de España, y tenía concertada una entrevista con un pastor de un pequeño pueblo pero cuando llegó allí le dijeron que el hombre no podía, que su hermano se había ahorcado el día anterior. Súbete al monte, le aconsejaron, que seguro que ves a cualquier otro con las vacas. Y el redactor subió al monte con el cámara a grabar unos recursos cuando de pronto uno de los pastores que pasaba por allí se acercó a él. ¿Vosotros sois de la tele? Preguntó. Sí, de la tele somos. Pues yo tenía una entrevista concertada con ustedes. Ah, ¿es usted? Sí, soy yo, no me importa hacerla. Estoy bien. Es que todo el mundo se ha puesto muy tenso con lo de mi hermano. Y entonces le hicieron la entrevista. Y qué entrevista me dijo el redactor, míratela. Y yo me la miré. Y no sé. No sé qué deciros. En realidad al principio me hizo gracia, pero luego. Luego he pensado mucho en una frase. Me la apunté en el móvil. Es la frase que eligieron para el total y siempre que me pongo demasiado frívolo le doy vueltas. Como ahora, que me siento por encima del bien y del mal, y de las intimidades de estas mujeres. Como ahora que pienso que soy el único de esta terraza que esta pensando en los demás, que está pensando en las historias y las vidas de los demás. Me viene a la cabeza. Saco el móvil y la leo. Y hay a algunos, que dentro de su contexto, la frase en sí les puede parecer… qué se yo. Se ha hecho mucha parodia del mundo rural, y yo el primero, pero… A este hombre se le acaba de ahorcar su hermano la noche anterior. Y su hermano vivía con él en el mismo pueblo, un pueblo de veinte habitantes. Y su hermano y él vivían juntos, y no se habían casado nunca, y los dos se ocupaban de las vacas. Y este hombre sube al monte con las vacas el día después de encontrarse a su hermano con la soga al cuello. Y cuida de sus vacas porque es lo único que sabe hacer. Y un reportero de la tele que vive en la urbe más grande de España le pregunta por sus animales y él responde: “Las vacas ahora están pensando que están esperando por mí. Están nerviosas. Están nerviosas porque arriba les está esperando la libertad absoluta”.

domingo, 3 de abril de 2011

Un secreto enorme


El sábado por la tarde estuvieron follando en el piso de ella. Se debían algo. No sé qué. Hablaron un rato. Él le puso las manos encima. Ella no se dejó. Al principio no se dejó pero luego sí. Se besaron. Pasaron a la acción. En seguida estaban follando porque se conocían bien. Y no se cortaban. Llevaban mucho tiempo sin follar con confianza. Ella se había tirado a un par de tíos. Él a un par de tías. Más tarde acordarían ese empate. El caso es que habían follado pero no habían intimidado con nadie y se lanzaron a follar como bestias. Pronto estaban tumbados al revés y él le mordía el culo a ella y ella se metía la polla de él en la boca como no se metería ninguna otra polla. Y después de esa tarde se quedaron a gusto, pero no se vieron más ni hablaron en dos semanas.

En dos semanas volvieron a tener ganas de follar y volvieron a quedar, pero pensaron que era decente quedar primero para cenar. Quedaron a cenar en un sitio discreto, no demasiado romántico ni demasiado íntimo, no demasiado caro ni demasiado barato. Hablaron poco. Él la miraba e intentaba enamorarse de ella porque necesitaba enamorarse de ella. Ella no necesitaba volverse a enamorar de él, pero estaba contenta, se sentía segura. Cuando salieron del sitio se metieron en casa de ella y follaron otra vez. Él no durmió en su casa.

Una semana más tarde volvieron a quedar. Fueron al cine. Les gustó la película y tomaron una cerveza en un bar. Él le preguntó si ella se estaba tirando a otros tíos y ella jugueteó un poco al principio, diciéndole que eso a él no le tenía por qué importar. Él empezó a sentirse incómodo y sus propios celos le llevaron a derrumbarse y pedirle a ella que estuvieran juntos, que probaran otro tipo de relación, algo más ligero pero con fidelidad mutua. Tú lo que quieres es follarme, que yo no me folle a nadie más pero que no te moleste cuando no quieras que te moleste. Él intentó matizar las palabras de ella pero ella en seguida lo notó y empezaron a discutir. Ella no quería que él suavizara los argumentos. Él le dijo que quería lo que ella quisiera, pero que sobre todo quería que ella sólo estuviera para él. Así empezaron su segunda relación, de la que él se cansó dos semanas y cuatro días después. El día que él se cansó estaban juntos y venían del cine y de dar una vuelta por la calle. Mientras caminaban llegaron a la conclusión, una conclusión motivada por las ideas de él, que para tener una relación aburrida y monótona igual que la tenían antes, era mejor volver al principio, a follar sin más cuando les apeteciera y a poder follar con otros. Esto sobre todo le venía muy bien a él porque tenía una amiga en el trabajo a la cual le quería hincar el diente, y además tenía alguna posibilidad. Se despidieron diciendo adiós al amor frustrado y entonces en el metro, ocurrió algo mágico. Ella iba en una dirección y él en otra, pero cogían el metro en la misma línea. Como era de noche, el tren tardaba en llegar y él y ella quedaron enfrentados en los diferentes andenes de la misma línea. Ella huía de la mirada de él, que no tardó en empezar a hacer gestos corporales y bailes disimulados para hacerla reír a ella.

Dos jóvenes vendedores con traje, recién salidos del trabajo y portadores de bebida alcohólica en vasos de tubo de plástico llegaron al andén armando bulla. Pronto se fijaron en ella y empezaron a piropearla. Al principio los piropos eran en tercera persona, del estilo mira que buena esta, o tan sola y tan guapa que pena da. Pronto la abordaron directamente, y uno de los jóvenes empezó a dirigirse a ella preguntándola qué hacía sola, a dónde iba, o si se quería ir con ellos de fiesta. Ella en seguida entendió la oportunidad de ponerle celoso a él y empezó a reírse y a responder a las preguntas del borracho encorbatado con cierta coquetería. Los celos en él crecieron como un tsunami y explotaron cuando el borracho encorsetado se sentó al lado de su chica para hablarle al oído. No pudo remediarlo. Sencillamente no pudo. Gritó exactamente: Ey venga tío que es mi novia, deja de hacer el gilipollas. El borracho se sorprendió, le preguntó a ella si era verdad y ella dijo que no, que no eran novios, que eran solo amigos con derecho a roce. Él se sintió hecho mierda y la violencia en su interior brotó ciegamente, loco de amor y celos. ¿Bueno y qué vas a hacer? ¿Cruzar el andén? Él saltó al andén para atravesarlo sin pensarlo demasiado y ante los gritos de ella, que le rogaba que volviera, cruzó la primera vía. Cuando cruzaba la segunda el tren llegó y le arrolló. No fue capaz de escuchar el pitido de aviso, ni los gritos de la gente. Sólo pensaba en matar al borracho. Lleno de celos sólo pensaba en recuperarla a ella. Convertirla para siempre en su novia y en la de nadie más.

Ella le contó esta historia más tarde a dos maridos diferentes, cuando llegó con ellos a un nivel de confianza absoluta. Les contó esta historia y añadió que él hubiera sido el amor de su vida de no haber muerto aquel día, y cuando hubo problemas en las relaciones con sus maridos, ellos se lo echaron en cara, le dijeron, sigues enamorada de él, y entonces ella se arrepentía de haberle usado a él, al amante muerto, para ponerles celosos, o para hacer de su vida una vida más intensa y atractiva. Y es que aquel era un secreto enorme. Un secreto enorme lleno de revelaciones que eran difíciles de ocultar.

martes, 15 de febrero de 2011

Sobre su pérdida de fe en la masturbación y todo lo que ello conlleva

No quiere a nadie ahora mismo. No ve a nadie. Ni si quiera está borracho. Está solo. Todo el mundo escribe como él. La gente tiende a poetizar su realidad. Qué bien nos han enseñado a escribir. Todo el mundo es sincero. Él piensa que es sincero, pero no lo es. Miente a todo el mundo. Cuando dice que siente algo, no lo siente. Si por ejemplo manda un mensaje diciendo me acuerdo de ti, es mentira. No se acuerda de ti. Cree que en la causa y efecto. Ha creado un gran circo a su alrededor. No lee lo que dice que lee. No escribe lo que dice que escribe. No bebe lo que dice que bebe. No folla lo que dice que folla. El otro día se compró una botella de vino. Cuando llegó a casa estaba moqueando. Se hizo una paja y se corrió en dos minutos. Cuando habla de la masturbación la ensalza. Luego es todo mentira. Sus pajas son bastante asépticas. Busca en redutbe videos de mujeres que chupan culos y su cara se desencaja mientras se masturba. Como cualquier otro. Para él ya no existe el amor a sí mismo. Piensa que el sexo ha perdido forma. Se masturba si se aburre. Cree que ya no sabe follar como antes. Que la edad le está maltratando. Antes tocaba el piano en la espalda de su chica, cuando era adolescente. La música estaba puesta en el salón muy alta, cualquier música donde hubiera un piano. Ella era inexperta y estaba desnuda en la cama y él ponía los dedos en su espalda como si hubiera un piano. Y ella no lo entendía pero disfrutaba de su excentricidad. Él disfrutaba aprendiendo sobre la piel de una mujer. Algo con lo que había soñado pero no había conocido nunca. Ahora ya no entiende esa piel. Su brillo no le despierta interés. Piensa en pieles, en mujeres, en labios. No le motiva el cuerpo de las mujeres que conoce. Ellas no le entienden a él. A veces de repente huele a alguien en el metro pero es imposible. Jura no volver a masturbarse hasta que el cuerpo le lance hacia el acto en sí. Hasta que sea imposible contenerse. Si el sexo es realmente un cimiento en su vida, si de verdad no puede dejarlo de lado, si le obsesiona su olor, si de verdad en soledad ha tenido noches de gran esplendor donde ha conocido límites en su cuerpo que jamás le contaría a nadie, si todo eso es cierto, debe recuperarlo. Porque ahora no sabe donde está. Porque ya no lee lo que dice que lee, ni folla lo que dice que folla, ni escribe lo que dice que escribe. Desde que se respeta menos a sí mismo respeta menos el sexo en sí. Se hace el misionero como si fuera una puta y siempre queda insatisfecho. Y es un hombre. Pero su cuerpo tiene un valor. A ver si deja de mentir.

martes, 8 de febrero de 2011

Una proposición de Marta y Lucía


Marta tenía un jardín pequeño lleno de flores blancas. Algunas tardes ella y Lucía se juntaban y se sentaban en el jardín. Se sentaban sobre sus faldas y hablaban de sus sueños. Hablaban de buscar un hombre que les abrazara. Un hombre que oliera a camisa limpia por las mañanas y a camisa sucia por las noches. Un hombre con las manos grandes y duras que pudiera levantar muebles, que pudiera abrazar a sus hijos y sentir que estaban a salvo. Marta y Lucía soñaban tanto con ese hombre que han venido a verme. Yo vivo en un apartamento muy pequeño. Es un lugar sin mucha decoración. Tengo muy pocos libros porque cuando mi madre murió y me pude por fin marchar de casa dejé casi todo lo que tenía allí. Me marché corriendo. Marta y Lucía siempre que vienen a casa se sienten un poco vacías. Ellas están acostumbradas a las flores blancas de la casa de Marta y desean color. No hay color en mi casa. Pero ellas quieren un hombre. Yo soy un hombre. Marta y Lucía hablan conmigo. Me preguntan si sería capaz de acostumbrarme a alguna de las dos. Ninguno de los tres somos perfectos, argumentan. No somos excesivamente guapos, ni excesivamente listos. No somos excesivamente creativos y la gente no disfruta excesivamente de nuestra conversación. Sólo queremos disfrutar del placer de llegar y sentirnos mutuamente por la noche, escucharnos, olernos, tocarnos, hacer ocasionalmente el amor sin ningún tipo de presión. ¿Qué te parece? A mí me parece bien, les respondo. La verdad es que estoy un poco solo yo también. Necesito que me acaricien, necesito poder llamar a alguien, sentir que alguien al otro lado del teléfono se alegra de escuchar mi voz. Necesito que alguien se preocupe por saber dónde estoy, que alguien me busque, que alguien se sienta más seguro cuando sepa que estoy a salvo. Alguien con quien ocupar el típico plan de viernes. Perfecto, me dice Marta, elige entonces. Marta y Lucía me miran esperando que elija. Marta tiene unos pechos bastante grandes pero por otro lado su sonrisa es más estúpida que la de Lucía. Lucía es un poquito más inteligente que Marta pero Marta vive la vida con más intensidad. Mi experiencia me recuerda que las mujeres muy inteligentes chocan con mi personalidad pero sin embargo Lucía tampoco es tan inteligente. Decido cerrar los ojos durante dos segundos. Las dos están sentadas muy juntas en un sofá que hay colocado justo enfrente de donde estoy yo. Cierro los ojos dos segundos y decido que la primera que vea cuando los vuelva a abrir será mi nueva compañera sentimental. Abro los ojos y veo a Marta. Tú Marta. Te elijo a ti. Lucía se alegra, nos da dos besos y se marcha. Hago la maleta y me marcho con Marta. Tampoco llevo demasiadas cosas. Al llegar a casa me fijo en las flores blancas. Bueno, puedo vivir con eso.

Han pasado unos meses y no puedo evitar desear a Lucía cuando viene a casa y habla con Marta sentada sobre las flores del jardín. Ellas hablan sobre lo felices que serían si tuvieran más libertad. Sobre la frescura de la vida cuando te enfrentas a ella y sólo te tienes a ti mismo. A mí esa libertad no me preocupa. Pero quiero follarme a Lucía con todas mis fuerzas.

domingo, 30 de enero de 2011

Lo que él quiere hacer y ella quiere que le hagan

Ella camina por la calle hablando por teléfono y él está en una habitación oscura.

- Venga cuéntamelo, tonto.

- ¿El qué?

- El qué va a ser.

- Que no que me da vergüenza.

- Desde cuando te da vergüenza a ti hablar de esas cosas.

- No te lo puedes imaginar.

- ¿Qué hacía yo?

- Mis padres estaban en el salón y les oíamos hablar. Mi padre tenía una ópera puesta y tú no querías hacer nada. Nadie sabía que tú estabas allí.

- ¿Y cómo había entrado?

- Antes, supongo. Antes de que ellos llegaran. Nadie podía saber que tú estabas allí. Tú no te podías concentrar. Querías que planeáramos tu huida. Yo no quería que te fueras. Yo quería follar contigo.

- ¿Yo no quería follar?

- Tú sí querías follar lo que…

- Ah ya decía yo…

- Lo que pasa es que te daba miedo que nos encontraran allí. Y te daba mal rollo también. Además no hacías más que intentar convencerme de que no era el mejor momento. Por ejemplo, yo que sé, mi madre gritaba a través de la puerta que si ya había terminado con el ordenador y yo le decía que sí y tú te ponías de los nervios.

- Normal.

- Bueno, el caso es que hay un punto de inflexión en el que yo me desnudo y tú te sientes muy atraída por mi cuerpo…

- Por tu cuerpo de mierda…

- Por mi cuerpo de mierda y nos empezamos a besar y yo te desnudo y te meto los dedos dentro pero entonces me doy cuenta de que no he cerrado el pestillo de la puerta y me levanto para hacerlo y ese gesto a ti te desanima un montón porque te saca de la excitación momentánea y te devuelve a la realidad.

- Bajonazo.

- Exacto. Pero a mí se me ocurre una idea. Te propongo sacar mi cámara y grabarnos mientras follamos.

- Qué cabrón.

- Y a ti eso te flipa, te pone muy cachonda y hace que te olvides de lo que pase fuera de la habitación. Total que me levanto de la cama completamente desnudo y me pongo a buscar la cámara pero no la encuentro. O sea, al final la encuentro pero me cuesta bastante, y cuando la encuentro y la enciendo a la batería le queda muy poquita carga y recuerdo que he perdido el cable de conexión a la red. Pero no importa porque tengo otra batería y confío en que esa tenga más, y cuando la pongo efectivamente tiene más, un poco más, lo justo para grabar un polvo.

- Y le das a grabar.

- Si pero antes coloco la cámara en la estantería y busco un buen plano, y mientras lo hago me vuelvo loco porque me doy cuenta de que tú ya te has empezado a masturbar.

- ¿Y qué?

- Es la posición lo que me descoloca. Estás tumbada en la cama, has elevado el culo y tienes las piernas cayendo sobre tus hombros. Una postura un tanto acrobática.

- ¿Y me estoy masturbando así?

- Exactamente así.

- ¿Y tú qué haces?

- Me apresuro por encontrar el plano y me lanzo a la cama. Tú quieres volver a una posición normal pero yo no te dejo. Aprovecho tu postura para meterte la lengua entre las piernas y a ti te encanta.

- Nunca me lo has hecho así.

- No. Por eso. Éso es lo que te iba a proponer.

sábado, 29 de enero de 2011

El contexto que caduca

Mi vecina de enfrente tenía una perrita famélica y siempre que la sacaba a pasear yo la miraba por la mirilla. A mi vecina, se entiende. Cuando se metía en el ascensor yo salía por la puerta y corría escaleras abajo para encontrármela en el portal. Y le decía hola y ella me decía hola y después salía a la calle a pasear a su perrita famélica. Ésa es la mayor locura que he hecho en mi vida. Correr escaleras abajo tres pisos para llegar antes que el ascensor a la planta cero. Durante toda mi vida he creído en el romanticismo de una manera práctica excepto con mi vecina de enfrente.

Una vez me puse a escribir aforismos para una chica de la que creía que me estaba enamorando. Quería escribir veinte aforismos para ella y un relato sobre Lucía y Jorge, que en realidad éramos ella y yo pero al final la cosa no salió porque ella me cortó el grifo, o por lo menos lo dejó goteando. El relato final está escrito. Está por ahí. A mí me gusta. Empezaba diciendo cosas que Lucía y Jorge decían que eran pero que en realidad no eran. Era un buen relato, pero era solo para ella. Para otros no era un buen relato. En cuanto a los aforismos, llegué a duras penas hasta el número diecisiete. Me pasó algo muy curioso. Según iba escribiéndolos mi relación con esta chica se iba apagando y la calidad de los textos iba siendo cada vez peor. Pronto me di cuenta de que ya no estaba escribiendo para ella sino para mí, que ya la daba por perdida, y que en vez de obsesionarme por escribir lo que estaba sintiendo me obsesionaba porque el resultado al menos fuera coherente, que de él pudiera sacar al menos una pequeña obrita. Gran fracaso. Yo no soy escritor. Los aforismos del diez al diecisiete son un claro ejemplo de cómo se murió el propósito y cómo, consecuentemente, se murió la obra. Una obra, por cierto, con un propósito muy humilde. Que lo leyera una persona y nada más que una persona. Esa persona ya no está en casi ningún lado. Se asoma por la ventana de coches negros, saca su cabeza y saluda. Es una persona. Hola persona. Estaba pensando yo en reciclar los aforismos y colgarlos aquí. Me ha hecho falta releerlos para entender que no tienen ningún sentido fuera de su contexto. Pero entonces, ¿qué hago con ellos? No han tenido ni si quiera la suerte de poder vivir su propio contexto, estaban pensados para un contexto que pensé que llegaría pero que al final no llegó. Es una putada. La próxima vez tendré mucho más cuidado. Buscaré un propósito perenne e indestructible, como el que me empuja hacia otros muchos sitios.

Y hoy también he tenido cuidado de no ser escatológico.