lunes, 24 de marzo de 2008

Amor de mentira. Amor enfermo.


(Quizá es un poco largo, para sacar algo quizá no hace falta leerlo entero, ni de principio a fin. La verdad es que no es un texto para un blog. Ya sé que en la red no hay mucho tiempo, pero bueno, invito a coger un párrafo al azar, o lo que sea)

(...)

- Esto es otra cosa. Estoy contando una historia. Cuando cuentas una historia no te limitas a contar la realidad. La inflas con lo que quieres para que los demás la sientan como tú la has sentido. Es lo que diferencia a un telediario de una película, o a una novela de un periódico. Ambos son reflejos de la realidad. Unos exactos, entre comillas, y otros sentidos, también entre comillas.

Y nos quedamos dormidos. Una pena que las últimas palabras se las lleven los periódicos, los telediarios, las novelas y las películas.

El sol nos despierta. Se nos había olvidado bajar la persiana y todo lo que teníamos lo hemos perdido con la luz del día. Se lo digo y ella se da la vuelta y me abraza. No tiene mucho sentido. Me levanto y voy al baño a mear. El sonido de mi meada golpeando contra el agua del retrete es una buena de forma de darme cuenta de quién soy y donde estoy. De repente ella aparece en el baño desnuda, horrorizada. Se da cuenta de que hay un montón de luz y puedo ver todas sus imperfecciones y se cubre los pechos con los brazos (lo cual es inútil porque llevo toda la noche besándolos y nada ni nadie va a borrar ese recuerdo).

- Esta noche me ha bajado la regla.

Levanto mi mano derecha.

- Ya lo sé. Tengo las manos llenas de sangre.

- ¿Ya te habías dado cuenta?

- Sí.

- Tienes manchada la cara también. Y el cuello.

- Sí, pero no me importa.

- Tienes las sábanas manchadas también.

- Tampoco me importa.

- Ni si quieras sabes como me llamo.

- Tampoco me importa.

Salgo del baño y dejo que se duche. Voy a mi cuarto y observo las sábanas. La almohada también está manchada, pero no entiendo muy bien por qué. No pasa nada. Te cuento un secreto. Es una de mis perversiones.

Minutos después sale del baño y se pone las bragas y un vestido azul.

- ¿Te vas?

- Sí, qué quieres que haga.

- Que te quedes.

- Has dicho que no te importa.

- Yo no he dicho eso. Bésame.

- Tienes la cara manchada de sangre.

- Si a mí no me importa a ti tampoco te debería importar. Al fin y al cabo es tu sangre.

- ¿Seguro que no te importa?

- En absoluto, todo lo contrario.

- Eres un poco raro, pero me gustas.

Me empuja en la cama y empieza a lamer mi cara. La sangre se mezcla con la saliba y el olor es excitante. Después nos besamos. Nuestras lenguas se hacen un lío. No nos importa la suciedad de nuestras bocas, el sabor de una noche entera follando, la intimidad abrasada en dientes y encías.

- ¿Te gusta?

- Me encanta.

- ¿Quieres comérmelo?

- Sí.

(…)

Seeing other people. La música terminó hace mucho tiempo, pero tenemos todo lo anterior. Salgo de mi letargo como guionista trágico dramático de vidas familiares y ahora hablo con total libertad. Vino en los vasos y besos con queso. Alguna vela y una cama gigante en una habitación minúscula. Casi es imposible abrir la puerta por el colchón. Todo lo inhunda la cama y como consecuencia todo lo inhundamos nosotros. Felicidad es una palabra que pesa mucho pero puede llegar a tener un significado real en algunos momentos. Este es uno de ellos. Con menstruación o sin menstruación follamos como animales y ahora descanso para fumarme un cigarro y beber un poco de vino. Ella está encima de mí. Todavía no me he salido, sigo dentro. No usamos condón porque ella toma la píldora y ambos confiamos en los resultados de los últimos análisis del otro. No es sexo seguro pero es sexo seguro. Se lo digo y se ríe. Soy bastante inútil haciendo bromas pero eso hace que ellas se rían de lo tonto que soy y el resultado es prácticamente el mismo. Jugamos a estar enamorados como dos tontos. Temo que no signifique nada para ella pero desde luego este no es el momento para preguntar.

- Me gusta tenerte dentro de mí. Me gusta sentirme mojada por dentro.

- ¿Sientes algo por mí?

Joder. Por qué.

- No lo sé. Es un poco pronto. Pero me gusta que estés aquí, y que no te vayas a ir. Y eso ya es algo. ¿No?

- Sí.

- ¿Qué pasa que tú sientes algo por mí?

- Te echaba mucho de menos. Sólo era eso.

- Es normal. Tenemos algo, no sé el qué. Algo que hace que parezca que nos conocemos y que tenemos mucha confianza. Por eso me echas de menos. Porque esto no pasa casi nunca.

Esto sí que es imposible. Nos miramos. Ella se mira el coño y empieza a cerrar los ojos y abrir la boca.

- No me lo puedo creer.

- Yo tampoco (le digo)

Ella se empieza a mover ante la erección repentina, lentamente, animando a que termine de levantarse. Yo casi no puedo moverme. El dolor recorre mi cuerpo, pero es un dolor que me llena hasta dentro y que me recuerda que estoy vivo. Es el dolor de la vida, un dolor que se agradece cuando no queda nada. Estamos follando otra vez. El semen que hay dentro de ella hace de lubricante y tan sólo siento unas pequeñas cosquillas que soy incapaz de ignorar. Son unas pequeñas cosquillas placenteras que obligan a mi torso a arquearse y buscar la respiración sobre los pechos de ella, que se bajan para ahogarme. Meto en mi boca sus pequeños pezones y ella aprieta mi cabeza fuerte contra su pecho. Quiero ahogarme. La punta de mi polla choca brutalmente contra su fondo y hace que se estremezca y me busque la boca con los labios. Es el mismo sabor a saliba, a boca sucia, a labios partidos y heridos por una larga mamada, a dientes clavados en las encias y uñas que buscan surcos imposibles en la espalda. The times they are a-changing. Acordes potentes para un polvo que se hace cada vez más violento. Grita con fuerza y sacude mi cabeza, pero aún no se ha corrido y salta sobre mí golpeando mi cabeza contra el cabecero de la cama varias veces. A punto estoy de desmayarme pero el placer me mantiene despierto y la adrenalina me da oxigeno para seguir follando. Más rápido, más rápido, se apoya hacia atrás y mueve el culo sobre mí a una velocidad que me asusta y me coge una mano y me mete uno de mis dedos en su culo y dice que apriete fuerte y empieza a sentir convulsiones y yo empiezo a perderme en un mundo que casi desconozco si me preguntan por mi nombre no sé cuál es y desde luego casi prefiero olvidar todo. Grita con muchísima fuerza y con un sonido que yo no había oído nunca y me parece que se va a morir y justo ella me dice me voy a morir me voy a morir y de repente se corre brutalmente y me empapa y antes de que pueda decir nada se levanta baja hasta mis piernas y empieza a comerme la polla. Noto que aún siente convulsiones y además sigue gimiendo como si la hubiera poseído un diablo, gemidos guturales con la boca llena que inhundan la habitación de sombras oscuras y ecos antinaturales. Es un ambiente muy oscuro y no vuelvo a la realidad hasta que termino de explotar en su boca. Ella sube hasta mí y empieza a besarme y nos fundimos en nuestros propios fluidos hasta que no queda aire ni pasión ni nada y poco a poco empezamos a morirnos hasta que no nos queda saliba en la boca y nos tumbamos e intentamos reconstruirnos buscando nuestras piezas entre las sábanas. Me llevo la mano a la parte anterior de mi cabeza y descubro sangre en mis dedos. Me giro y veo una mancha de sangre en el cabecero de la cama. Fundido a negro.

Joder, un hospital. Me quiero hundir en la mayor miseria y morirme. ¿Por qué no estoy muerto? Mi madre, mi padre, y mi hermano. Algún agente vestido de negro. Una habitación blanca tan real como la vida misma. ¿Por qué no estoy muerto? Mi madre me mira llorando, se lo digo a ella, en voz alta, con la cara muy seria, lo más seria que puedo y debe asustarla porque me acabo de despertar de una especie de coma o algo así.

- ¿Por qué no estoy muerto?

- ¿Qué dices hijo?

- Quiero estar muerto.


(...)

jueves, 13 de marzo de 2008

UNFORGIVEN

Una vez conocí un hombre que vendía peras en medio de una calle concurrida de Packsonville. Para los que no lo sepan Packsonville es una ciudad de la costa este. Tiene calles bonitas, chicas guapas, y un whisky muy especial que nunca olvidaré. Ese hombre me llevó a su cuarto y me enseño una maleta con un montón de botones. Le pregunté de donde venían todos esos botones y me dijo que se los había robado a todos los amantes que había tenido. Me pareció sorprendente que hubiera tenido tantos amantes, porque la maleta era grande y los botones pequeños, y estaba a punto de rebosar. El hombre me miró a los ojos y sonrió. Entonces añadió la siguiente frase.

- Bueno en realidad no eran amantes. Son los botones de las braguetas de todos los hombres que he conseguido violar.

Hice un ademán para abrir la puerta que tenía detrás de mí pero el tipo fue más rápido que yo y me apuntó con un viejo Colt. Si gritas, me dijo, te mato. Si intentas huir, te mato. Si ofreces cualquier tipo de resistencia, te mato. Cuando yo te diga vas a bajarte los pantalones, a darte la vuelta y a inclinarte. Si no lo haces, te mato. Yo le dije que probablemente encontrarían el cadáver y le meterían en la cárcel. También le dije que por eso no tendría huevos de matarme. Me dijo que no vivía nadie más en el edificio, que era un antiguo bloque de apartamentos abandonados y que nadie oiría nada porque al lado de nuestra ventana pasaba una interestatal. Le creí, pero no quería bajarme los pantalones y darme la vuelta para que me penetrara. El tipo empezó a sudar y me gritó que me bajara los pantalones. Yo le dije que ya que me había dado a elegir entre morir o ser violado, me podría conceder algo de tiempo para pensarlo, y el tipo, que parecía disfrutar igual matando que violando, accedió y me dejó sentarme en una butaca. Me senté y empecé a pensar. El tipo me dijo que tenía cinco minutos. Cinco minutos para pensar una manera de salir de allí con el culo limpio y lleno de vida. Durante todo ese tiempo no dejó de mirarme a los ojos, con el revólver bien sujeto y una concentración absoluta. Cuando sólo quedaban dos minutos me dijo que otros ya lo habían intentado pero que era imposible escapar. Noté el sudor en su frente y que estaba empezando a ponerse nervioso. Mi vida por aquella época valía bastante poco, la verdad. No voy a engañar a nadie, ni a hacerme el valiente. Mi mujer y yo no nos queríamos, pero tampoco teníamos la fuerza suficiente como para separarnos. Mi hijo tenía diez y ocho años y se acababa de casar con una austriaca de treinta que se lo había llevado a Austria. En la facultad nadie me hacía caso porque mi última investigación, en la cual había trabajado más de diez años, había sido brillantemente rebatida por un niñato superdotado de cuarto de carrera en Standford. Había habido tiempos mejores, eso era indiscutible, y de repente me planteé la opción de morir antes que ser violado. Tenía cincuenta y ocho años y no me quedaba demasiada vida por delante. Creía y sigo creyendo que es mucho más honroso morir asesinado que pasarte los últimos quince años de tu vida recordando como un tipo feo, sucio y calvo, que vendía peras en Packsonville, me había violado en el cuartucho de un bloque de pisos abandonados. A todo esto yo fui con él allí porque me dijo que tenía una colección de cromos de Baseball acojonante que vendía por un precio muy razonable. Eso era mucho más humillante todavía. ¿Cómo podía habérselo contado a mi mujer? ¿Qué habrían hecho ustedes? Uno cree que es suficientemente maduro para no cometer errores, pero es más bien al revés. Cuanto más maduro eres los errores son más graves. Y el tipo me dijo que se había acabado el tiempo y yo le dije que me metiera una bala en el cerebro y el muy cabrón se quedó de piedra. ¿Cómo? Que me mates, que prefiero morir. El tipo se rascó la coronilla sudada con el cañón del revólver y me miró intensamente. Es imposible que prefieras perder la vida. Yo le dije que era perfectamente posible, y que si me iba a matar que lo hiciera ya. Nunca me sentí más fuerte y poderoso en toda mi vida. Me creía un héroe. Me parecía mucho más valiente que ir a la guerra. El tipo, con la cara empapada en sudor, se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación. En un momento dado se giró y me apuntó decididamente a la cabeza, pero luego se arrepintió y siguió dando vueltas. ¿Me vas a matar? le pregunté. No, no puedo hacer eso, me contestó. ¿Me puedo ir? Sí, vete.

Cuando me levanté me paró con una mano y me preguntó si le podía dar los botones de mi bragueta. No lo dudé un instante, me los arranqué y se los di.

El resto de mi vida desde entonces ha sido mucho más placentera. Si ahora, con sesenta y ocho años, estoy enamorado de la vida a pesar de haber perdido un hijo y tener una mujer que sigue sin quererme, es gracias a ese tipo de Packsonville. Gracias, gracias a él, por ejercer de lona cuando me lancé al vacío.


Ya lo decía Bill Munny en Unforgiven, “It´s a hell of a thing killing a man”.

sábado, 1 de marzo de 2008

EL ERROR DE RUSSELL

Alguien entró en la fiesta y dijo soy el testigo del mundo. Iba borracho. Esa misma noche se mató con el coche a cien ochenta. No vamos a ponernos dramáticos. Hoy no por favor. No importa cuanta sangre y cuanta mierda tengamos que tragar. Hoy visto Saló y me he sentido excitado. Tampoco abusemos del sexo. Hoy tampoco.

Los nazis son criaturas extrañas. Vigilan que la moral sea destruida y transformada en obscenidad, muerte y elegancia sodomita. Todos sus descendientes no han entendido nada del nazismo. Nadie les ha rendido tributo como se merecían. Mirad al pobre Bertrand Russell, un premio Nóbel de la literatura, un matemático distinguido. Él no entendía nada. El dolor, la sangre, y la elegancia sodomita no eran lo suyo aunque predicaba el nudismo. En este puto mundo la ley de Dios es de todo menos obedecida. Menudo fracaso de civilización. Cuando leo el último párrafo del texto que Russell escribió sobre Nietzsche en su Historia de la filosofía, quiero reírme de él. Menudo infeliz. Aquí os copio la traducción para que todos os rías de él (de Russell) tenéis que hacer todos a la vez JA JA JA. Muerte a Russell, ya está muerto.

Me disgusta Nietzsche porque le gusta la contemplación del dolor, porque erige el desprecio en deber, porque los hombres que más admira son conquistadores cuya gloria estriba en la habilidad para hacer que los hombres mueran. (…)

En este punto quiero decir que todas estás cosas que Russell anota para justificar su odio a Nietzsche, son las que yo diría para justificar mi amor hacia él. Seguimos.

Nietzsche desprecia el amor universal; yo veo en él la fuerza motriz para todo lo que no deseo respecto al mundo.

Pues claro que desprecia el amor universal. ¿Y quién no? ¿La madre Teresa? En un mundo podrido, el único amor que vale es el que hacemos en la cama con chicas y chicos que nos tocan y nos acarician. Puta enfermedad.

Sus seguidores han tenido su turno en el mundo, pero podemos esperar que este llegue rápidamente a su fin.

He aquí un error de un premio Nóbel. Tienen la cabeza llena de mierda. ¿Qué hacemos? ¿Contemplamos la belleza, la M de Mc Donalds, la H de Hollywood? Sí, por qué no. América es un gran país donde vivir y si no que se lo digan a Charles Manson.

Cuando yo tenía 15 años adoraba a Bertrand Russell. Ahora me parece que aunque sus seguidores hayan tenido su turno en el mundo, podemos esperar que este llegue rápidamente a su fin. El único cielo azul es una noche cubierta de sangre. Las noches rojas de Madrid.


¿Quién la tiene más grande?