El sábado por la tarde estuvieron follando en el piso de ella. Se debían algo. No sé qué. Hablaron un rato. Él le puso las manos encima. Ella no se dejó. Al principio no se dejó pero luego sí. Se besaron. Pasaron a la acción. En seguida estaban follando porque se conocían bien. Y no se cortaban. Llevaban mucho tiempo sin follar con confianza. Ella se había tirado a un par de tíos. Él a un par de tías. Más tarde acordarían ese empate. El caso es que habían follado pero no habían intimidado con nadie y se lanzaron a follar como bestias. Pronto estaban tumbados al revés y él le mordía el culo a ella y ella se metía la polla de él en la boca como no se metería ninguna otra polla. Y después de esa tarde se quedaron a gusto, pero no se vieron más ni hablaron en dos semanas.
En dos semanas volvieron a tener ganas de follar y volvieron a quedar, pero pensaron que era decente quedar primero para cenar. Quedaron a cenar en un sitio discreto, no demasiado romántico ni demasiado íntimo, no demasiado caro ni demasiado barato. Hablaron poco. Él la miraba e intentaba enamorarse de ella porque necesitaba enamorarse de ella. Ella no necesitaba volverse a enamorar de él, pero estaba contenta, se sentía segura. Cuando salieron del sitio se metieron en casa de ella y follaron otra vez. Él no durmió en su casa.
Una semana más tarde volvieron a quedar. Fueron al cine. Les gustó la película y tomaron una cerveza en un bar. Él le preguntó si ella se estaba tirando a otros tíos y ella jugueteó un poco al principio, diciéndole que eso a él no le tenía por qué importar. Él empezó a sentirse incómodo y sus propios celos le llevaron a derrumbarse y pedirle a ella que estuvieran juntos, que probaran otro tipo de relación, algo más ligero pero con fidelidad mutua. Tú lo que quieres es follarme, que yo no me folle a nadie más pero que no te moleste cuando no quieras que te moleste. Él intentó matizar las palabras de ella pero ella en seguida lo notó y empezaron a discutir. Ella no quería que él suavizara los argumentos. Él le dijo que quería lo que ella quisiera, pero que sobre todo quería que ella sólo estuviera para él. Así empezaron su segunda relación, de la que él se cansó dos semanas y cuatro días después. El día que él se cansó estaban juntos y venían del cine y de dar una vuelta por la calle. Mientras caminaban llegaron a la conclusión, una conclusión motivada por las ideas de él, que para tener una relación aburrida y monótona igual que la tenían antes, era mejor volver al principio, a follar sin más cuando les apeteciera y a poder follar con otros. Esto sobre todo le venía muy bien a él porque tenía una amiga en el trabajo a la cual le quería hincar el diente, y además tenía alguna posibilidad. Se despidieron diciendo adiós al amor frustrado y entonces en el metro, ocurrió algo mágico. Ella iba en una dirección y él en otra, pero cogían el metro en la misma línea. Como era de noche, el tren tardaba en llegar y él y ella quedaron enfrentados en los diferentes andenes de la misma línea. Ella huía de la mirada de él, que no tardó en empezar a hacer gestos corporales y bailes disimulados para hacerla reír a ella.
Dos jóvenes vendedores con traje, recién salidos del trabajo y portadores de bebida alcohólica en vasos de tubo de plástico llegaron al andén armando bulla. Pronto se fijaron en ella y empezaron a piropearla. Al principio los piropos eran en tercera persona, del estilo mira que buena esta, o tan sola y tan guapa que pena da. Pronto la abordaron directamente, y uno de los jóvenes empezó a dirigirse a ella preguntándola qué hacía sola, a dónde iba, o si se quería ir con ellos de fiesta. Ella en seguida entendió la oportunidad de ponerle celoso a él y empezó a reírse y a responder a las preguntas del borracho encorbatado con cierta coquetería. Los celos en él crecieron como un tsunami y explotaron cuando el borracho encorsetado se sentó al lado de su chica para hablarle al oído. No pudo remediarlo. Sencillamente no pudo. Gritó exactamente: Ey venga tío que es mi novia, deja de hacer el gilipollas. El borracho se sorprendió, le preguntó a ella si era verdad y ella dijo que no, que no eran novios, que eran solo amigos con derecho a roce. Él se sintió hecho mierda y la violencia en su interior brotó ciegamente, loco de amor y celos. ¿Bueno y qué vas a hacer? ¿Cruzar el andén? Él saltó al andén para atravesarlo sin pensarlo demasiado y ante los gritos de ella, que le rogaba que volviera, cruzó la primera vía. Cuando cruzaba la segunda el tren llegó y le arrolló. No fue capaz de escuchar el pitido de aviso, ni los gritos de la gente. Sólo pensaba en matar al borracho. Lleno de celos sólo pensaba en recuperarla a ella. Convertirla para siempre en su novia y en la de nadie más.
Ella le contó esta historia más tarde a dos maridos diferentes, cuando llegó con ellos a un nivel de confianza absoluta. Les contó esta historia y añadió que él hubiera sido el amor de su vida de no haber muerto aquel día, y cuando hubo problemas en las relaciones con sus maridos, ellos se lo echaron en cara, le dijeron, sigues enamorada de él, y entonces ella se arrepentía de haberle usado a él, al amante muerto, para ponerles celosos, o para hacer de su vida una vida más intensa y atractiva. Y es que aquel era un secreto enorme. Un secreto enorme lleno de revelaciones que eran difíciles de ocultar.